
Se tejía la tarde de celestes, terrosos y verdes, bucólicos caprichos silvestres enaltecían el paisaje.
El cielo pulido, manchado de grana y bronce respiraba olores de jazmín y azahar, susurros del aire enhebrando fragancias.
Su tul vaporoso hilaba filamentos de rayos de luz tornasoles en un cielo plomizo y lechoso a través de un tamiz de cristal.
El sol herido de muerte agoniza como el fénix en su parvo patíbulo del ocaso.
El horizonte sangrado se deshilacha eclipsado en los tragaluces de tu ventana, sus labios ardientes traspasan las ondas traslucidas de tu cuarto, y enamorando el espacio se mecen con la silueta desnuda de tu cuerpo.
Mirándote en este espejo, una templanza recorre tu seno de carne carburo y fuego.
Detrás de la ventana contemplas aquel cortejo, como la tarde moría, como la pálida luna sufría, esperando a horcajadas la agonía del esposo.
Selene de apoco se enciende sobre un cielo enlutado las brillantes estrellas le miran, en esta noche de Septiembre.
Ya empieza el cortejo del amante al amado, las magnolias traspiran, ilusiones y cantos, la radiante luna se vistió de punta en blanco, fulgurando en sus cuencas dos perlas de llanto.
Ya te venció el sueño que te supo a nana, y unos ojos pardos en la noche avanzan ya duermes mi amada entre sedas blancas.
Ya mi alma postrera te vela en tu almohada ya solo hay dos almas que se buscan y abrazan y se funden dichosas en un trémulo beso.
Ya niña ya, llego los claros del alba ya niña ya desperté de mi sueño.


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