
Al sol, le hablo de ti, le cuento que tú eres, y no él, quién otorga luz a mis días. Y él, ante tan alta soberbia dilata sus rayos y sonríe.
A la luna le hablo de ti, muestra tu cara más hermosa, le pido. Para que allá donde él se encuentre a tu claridad descifre el misterio que lo acerque hasta mi alma.
Al mar le hablo de ti, le cuento que tú eres la marea que me arrastra. Quien hace de mí una ola que anhela alcanzar tu orilla, y allí, en la calidez de tu arena, buscar la paz para mí quebranto.
Al río le hablo de ti, le ruego que lleve en su corriente, mecida al vaivén de sus aguas a mi barca, hasta que arribe a tu puerto para echar anclas a tu amparo.
A mis sueños les hablo de ti, y en ellos soy libre de entonar mi canción a tus sentidos. De prodigarte una riada de besos. De donarte un millar caricias. Confesándole a mis sueños tan oscuro amor, yo soy libre de amarte; sin que la realidad me prohíba hasta suspirar tu nombre.
A mi soledad le hablo de ti y ella al escucharme se multiplica más si cabe. Intento que de mi se conduela y entre sus tentáculos me reconforte. Mas, sólo de su parte recibo silencios.
A mi almohada le hablo de ti y a ella me abrazo en esas mis noches tristes que tan bien conocen sus plumas. Mas, no sabe ofrecer respuesta a mis consultas, y conmigo se solidariza bebiéndose mis lágrimas.
A mi corazón le hablo de ti; pero, este me contradice llorando vacíos. Ninguna flecha perdida al tuyo hirió de amor, y el mío, solitario, sobrevive a medio pulso.
A mi alma le hablo de ti, y ella, perpetuamente blanca me aconseja que no desespere, que tal vez me ames la siguiente amanecida. Y ella sola, exageradamente cándida; se agarra con uñas y dientes a la esperanza.


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