Las vacaciones tan esperadas por la gran mayoría, casi nunca cumplen con las expectativas. Tal vez sea porque estas expectativas superan las posibilidades de lo que se puede hacer en el tiempo que uno se toma para descansar.

Ansiamos todo el año estar sin hacer nada, no tener obligaciones, compromisos, nada para hacer, sin embargo, ni bien nos instalamos en el destino elegido para un merecido descanso, ya estamos pensando en organizar el día para seguir estando ocupados, tal como lo estamos habitualmente.

Cuando la vida ofrece el remanso para descansar del ajetreado y enloquecedor bullicio ciudadano y no hay nada para hacer más allá de las necesidades de la convivencia, algunos pueden sentirse ansiosos, angustiados y hasta pueden anhelar su agenda.

Las vacaciones son sólo un paréntesis en la rutina habitual, pero no solucionan nada. En tal caso, es tomar distancia de algunos problemas para verlos mejor, pero en sí mismas no proporcionan salidas mágicas.

Los problemas hay que encararlos en el momento que se presentan donde sea, no esperar a estar de vacaciones para llevarlos consigo e intentar involucrar a todos los demás con ellos.

A veces se descubre en las vacaciones, que el haber ignorado a la familia todo el año no fue por no tener tiempo sino por no tener ganas de estar con ellos; y el contacto obligado que ofrecen las vacaciones puede desencadenar la crisis latente que permanecía encubierta con la excusa del exceso de trabajo.

Porque no es raro que para algunos, la propia casa sea un campo minado y su trabajo represente la tabla de salvación para eludir problemas y evitar enfrentarlos.

No todos viajan para las vacaciones, muchos se quedan en la ciudad e intentan aprovechar el tiempo libre para hacer todas esas cosas que se van relegando durante todo el año para hacer cuando uno se puede quedar en casa.

Pero llegado el momento se dan cuenta que son cosas para hacer cuando no trabajan pero no cuando están de vacaciones.

En vacaciones sólo pocos disfrutan sentándose debajo de un árbol para simplemente estar allí disfrutando de la naturaleza y sin hacer nada; la mayoría, cuando se da cuenta que está solo con sus pensamientos va a buscar algo para leer, porque el silencio puede ser algo que se desea pero que a la vez pocos pueden soportar.

Se puede tener miedo de los propios pensamientos; no olvidemos que el objetivo principal de todas las distracciones es no pensar; por esta razón es que los programas más vacíos de contenido son los que tienen más éxito.

Sin embargo, los pensamientos no nos tienen que dominar, somos nosotros los que podemos controlarlos y elegirlos y erradicar así los pensamientos negativos para siempre.

Se puede lograr tener pensamientos creativos y positivos siempre y evitar vivir en el pasado regodeándose con las experiencias de fracaso, los miedos, las preocupaciones, y el afán de torcer el propio destino.

Las vacaciones nos pueden servir en parte para pensar creativamente, proyectar un futuro venturoso y principalmente para aprender a vivir el momento presente.

Sin embargo, suelen cansar más que cualquier trabajo, porque la diversión también cansa, las trasnochadas, las comidas en exceso, los madrugones para ir de excursión, los horarios para las comidas y hasta hay que arrastrar las propias valijas.

Esperar las vacaciones para plantear cuestiones de pareja es ponerle fin antes de tiempo al descanso con la ilusión de poder decir lo que se sintió y se calló durante todo el año, porque supuestamente no se tuvo tiempo.

Las vacaciones las malogran las expectativas demasiado ambiciosas; como también suelen malograr todas las demás cosas.

Ser capaz de largarse a la aventura de irse a algún lugar sin albergar ninguna expectativa, sin esperar nada, dispuesto a recibirlo todo con esa escasa capacidad de asombro que aún a algunos les queda, es la mejor propuesta; sin preocuparse por nada, ni tratar de controlarlo todo.

Porque también tenemos que darle vacaciones a nuestro irrefrenable deseo de control.


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