El primer veraneo de los adolescentes lejos de su familia representa una prueba tanto para los padres como para ellos y las condiciones para el permiso dependen de su nivel de maduración.
Es probable que muchos de los padres que hoy dudan entre ceder la tutela de su hijo o dilatar su autorización para que vaya de vacaciones solo o con amigos, hayan soñado alguna vez a esa misma edad gozar de esa libertad condicional, poder ganar ese anhelado espacio propio y aunque sea por pocos días, tener la oportunidad de liberarse del cerco familiar y de alejarse aunque sea algunos pocos kilómetros.
Recién al recordar cómo se sentían ellos se pueden dar cuenta que su hijo no es diferente y que a pesar de la brecha generacional, tiene las mismas necesidades que tenían ellos, el mismo deseo de experimentar por sí mismos sin la presencia de sus padres.
Las primeras vacaciones solos, en general acompañados de los pares, suele ser para los jóvenes, tal cual como fue para sus padres, el preludio de su próxima independencia.
Sin embargo, los cambios en la cultura a través del tiempo han hecho que los adolescentes de hoy cuenten con un mayor caudal de información y con más elementos para manejarse que los que había antes, y que se tengan que mover en un contexto diferente.
Es por eso que los viajes de egresados y las salidas breves de fin de semana con los amigos pueden servir como ensayos para que sus hijos puedan demostrar a sus padres cómo se manejan cuando están solos.
Los padres deben tener en cuenta que cualquier discusión con ellos al respecto puede transformarse en una situación difícil de controlar si no aceptan que sus hijos tengan una óptica distinta, porque es obvio que los jóvenes van a defender la aventura y el peligro y que los padres por su parte van a temblar y a angustiarse.
El fantasma de las consecuencias de la práctica de la sexualidad ocasional, el abuso del alcohol, el consumo de drogas, el contacto con extraños, la cuestión del dinero y la seguridad, son los motivos que desvelan a los padres durante estas primeras experiencias de los hijos sin su tutela.
Una autoridad saludable implica plantear los problemas frecuentes que pueden tener los jóvenes cuando están solos.
Los hijos esperan y aprecian que sus padres no sean indiferentes y que tengan la intención de cuidarlos y ayudarlos, pero los rechazan y tienden a engañarlos cuando se convierten en un obstáculo para su desarrollo.
Prohibir no es educar, porque educar es mostrar, señalar las dificultades para que aprendan a evitarlas.
La moda hace que los hijos planteen a sus padres su deseo de vacacionar solos cuando todavía son demasiado chicos.
En estos casos, los padres tienen que mantenerse firmes en sus convicciones y confiar en su sentido común y en su capacidad de discernimiento, sin dejarse llevar por el hecho de que esa sea una práctica, que, aparentemente, hacen todos.
Cuando la presión de los chicos se acentúa, tienen que mantener el diálogo con los hijos tratando de convencerlos con argumentos sólidos, como que aún son demasiado jóvenes para desenvolverse solos o bien, entender que son lo bastante maduros para arriesgarse y dejarlos ir.
Cada hijo es diferente y los padres son los que deberían conocerlos mejor, aprendiendo durante su desarrollo a reconocer en cada uno de ellos sus eventuales rasgos de autonomía y su capacidad para discriminar lo que está bien y lo que los puede perjudicar.
De todas maneras, siempre va a ser difícil para los padres de un adolescente aceptar el desprendimiento para que comiencen a manejarse solos y aunque confíen en ellos, se preocuparán; pero tienen que entender que si pretenden tener todo bajo control, los hijos no podrán aprender nunca a ser personas autónomas.
Pero hay algo que pueden hacer en esta etapa para aliviar la ansiedad: aprender a rezar.