El espacio estaba abandonado, la tierra se dejó morir. Su alegría renovó el aire haciéndolo fina brisa, y la tierra, agradecida floreció.
Se asomó a la verja y esta se abrió sola, paseo, miró, y se sentó un instante de amor.
En la acera de enfrente un caserón, con solera, lucía árboles frondosos. Y su vista se perdió, su corazón también.
Un intervalo negro, un llorar la tierra despreciada, y un cerrarse en cemento que no sé quiere resquebrajar.
Él, quijote campeando en molinos desconocidos, con aspas que quizá un día, le arañen la piel.
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