No cabe duda de que los años tienen patas. De otra manera no podrían distribuir vejeces ni emprender olvidos que ofrecen de casa en casa, ni cruzar umbrales en busca de herrumbre, ni trepar hasta la azotea que es siempre más enana, ni subir a los autobuses para rasgar los asientos, ni comprar en los comercios tintura de canas, ni ofrecer a los insectos el papel de la prensa del fin de semana, ni tomar fotografías de cuartos de siglo, ni podar las ramas de los árboles, ni ir de bares escupiendo en las botellas que han de añejarse, ni destruir la relevancia de las alianzas. No cabe duda de que los años tienen patas. De otra manera no podrían pisotearnos.
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