Aprendí a esperar, hasta llegar a creer que la espera sería eterna. En mi quietud alimentaba el amor de manera unilateral, Y la muerte miraba de cerca el sentimiento. Me encontré perdida en un sueño tenebroso, alcanzado por la noche
Se hizo el llanto del violín en mi alma Y siempre el río presente, con sus aguas corriendo sin retorno En las estrías del tronco de un árbol milenario, me pierdo. Allí escucho la cadencia del viento con las hojas
Hoy sé que un pétalo hermoso cae, y se marchita. La piel va perdiendo su tersura, y el alma deja de comunicar a los labios, Para sellar toda puerta de acceso.
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