
Hace unos años la vida la vivía con intensidad, pero hoy, Jesús, ya está cansado. Al final las penas terminan doblando los hombros, pues pueden más que las alegrías.
Lo más amargo es sentirte menos ágil, menos válido. Saber que su experiencia, aunque pudiera servir, nadie la necesita, porque cada uno tiene derecho a equivocarse para poder aprender. La fuerza le ha abandonado, y es un mueble más en la casa de sus hijos.
Sabe que le quieren, pero siente que es un estorbo en sus vidas. Ahora la existencia se llena de cosas, y queda muy poco hueco para contemplar a un viejo. Tiene seguro que, mañana, cuando falte, le van a llorar por esa maldita manía que tiene el hombre de sólo valorar lo que ha perdido.

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