La vida, al igual que las personas, es como una bella potranca salvaje que no deja poseerse. Puede que tras mucho esfuerzo lleguemos a acariciarla, pero al querer imponernos, nos tira.
Es tal la belleza de las cosas, que nos gustaría hacerlas nuestras; somos egoístas en nuestros amores, en nuestros deseos. Realmente sólo queremos compartir lo que no despierta nuestras pasiones, y todos somos igual. De ahí las luchas que no conducen a ninguna parte, porque nacemos desnudos, y así partiremos.
Un día te das cuenta de ello, y decides que ya no lucharás por nada, porque nada te pertenece. Ese día recuperas la armonía, pero sabiendo de sobra que sólo durará hasta que algo vuelva a hacer poner tu corazón en guardia.