En Córdoba la llana
bajé del tren
y estaba mi serrana
en el andén.
Sus ojitos de sueños
adormilaos,
me dijeron: -Mi dueño,
cuánto has tardao.
Puse mi brazo en su talle
y le eché el pelo pa´atrás,
la llevé de calle en calle
por la alta madrugá.
Le regalé flores y flores y flores,
me abrió su jardín...
Sé que estos amores
nunca tendrán fin.