Ese mar arcaico y abisal que ha nutrido al mundo de mitos y leyendas, reclama tu presencia, sirena.
Los caballitos de mar te envían mensajes insertados en botellas que a la deriva navegan, envidiosos de un destino de aguas fuera; quisieran ser los corceles de la carroza de Cenicienta o veloces purasangres compitiendo por el oropel de un trofeo en Ascot, a la sombra de mil pamelas.
Y los narvales anhelan ser unicornios y acompañar en un cuadro, a la casta y bella dama que Rafael retratara.
Mas los pulpos, ¡ay, los pulpos! ya no salen de su asombro al ver que no tienes alas, que no vuelas, sino nadas, con esa cola de escamas que relumbra con su plata.
Vuelve, sirena, al redil del océano gentil que un día te inventara, eres Venus submarina con el torso de Nereida y, como ella, ayudas a los marinos en su vigilia obligada, pues se enamoran de ti, de tu cabello encendido de cobre, azafrán y fuego, de la perla de tu rostro, de tus pechos voluptuosos, de tu canto que enajena...
Vuelve, sirena, y que olviden que las alas te mutaron por una cola de pez, y sin sexo te dejaron.
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