Sumergida entre las sábanas está tapada hasta arriba. Solo muestra su redonda naricilla y sus ojos curiosos que, insaciables, han buscado tantas cosas y ahora descansan cerrados.
La observo e intento ahogar mi respiración para no despertarla, pero parece importarle poco. Ni si quiera se inmuta cuando los rayos del sol matutino se cuelan por la estrecha rendija de las cortinas calentándole las mejillas. Se hace el silencio. Aparentemente, todo es un jodido remanso de paz absoluto. Aparentemente.
Clavo mi mirada en el techo e intento concentrarme en que no se mueva. Mi cabeza está cómo si la hubieran apaleado dentro de una lavadora en marcha. Aún no sé si es por el whisky o por la marea de planteamientos que me ha azotado toda la noche y que pensé haber sepultado hace tiempo pero todo me da vueltas. En unas horas, las cosas parecen haber cambiado, aunque puede que no. Lo cierto es que ya estoy harto, no quiero más de ésta asquerosa nicotina. Adiós. Carpetazo, "no more teenage drama", que ya somos mayorcitos y es hora de avanzar y no estancarse en la eterna rutina.
La miro de nuevo, sin titubear, la burbuja está fija en el centro y yo con ella. Sonrío para mi - maldita cría - no hace mucho que la conozco y me ha desestabilizado por completo, ha conseguido ponerme en jaque con solo dos sencillas palabras: "¿Por qué?". Desde entonces han pasado varios días y sigo sin tener otra respuesta más que la que no me atreví a pronunciar: "Por qué no".
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