A veces mudarse es necesario, porque la familia crece o mejoran las condiciones de vida, o porque existe una oportunidad de trabajo que exige un traslado, o bien porque hay que achicarse porque el dinero no alcanza.
El estrés no comienza en la mudanza sino mucho antes, ni bien se vislumbra la posibilidad de tener que mudarse a otro lado y comienzan a aparecer los miedos, miedo al cambio, a lo desconocido, a equivocarse, a estar peor que antes.
Para los que se dedican a investigar las causas del estrés, las mudanzas se encuentran en tercer lugar después del duelo o de un despido, porque deja a la persona agotada físicamente y emocionalmente perturbada.
En estas circunstancias, lo mejor es tratar de enfocarse con entusiasmo a la tarea, mantener el equilibrio y la armonía familiar, intentar hacer placentero el traslado y organizarse con tiempo, conservando el optimismo y teniendo una actitud positiva.
Los cambios, aunque sean difíciles y dolorosos, nos ayudan a crecer, y un cambio de domicilio particularmente puede motivarnos a cambiar nuestro estilo de vida, a renovarnos, a mejorar las relaciones, a salir de la rutina y a abandonar antiguos e indeseables hábitos.
Visualizarse en el nuevo lugar de residencia en óptimas condiciones, con todo arreglado y sintiéndose muy satisfecho, puede ayudarnos a relajarnos y vivir esa situación con menos estrés.
Una mudanza nos permite deshacernos de lo que ya no nos sirve, que no pudimos tirar y la oportunidad de empezar de nuevo y de atreverse a ser diferente.
Es un buen momento para pedir ayuda, tanto a familiares como a amigos, que seguramente desearán hacerlo e incluso hará que el trabajo sea más rápido y divertido.
Es mejor despejar el área de niños y de mascotas y que la tarea la desarrollen solamente los adultos y estar dispuestos a enfrentar imprevistos sin ponerse nerviosos, porque es difícil pretender controlar todo.
Es necesario aceptar que durante un tiempo habrá desorden, que será difícil encontrar algo, que se perderán cosas, que se sentirán extraños en su propia casa, que el supermercado queda más lejos de lo que imaginaban, que no hay lavaderos cerca, que el colegio cercano no tiene vacantes, que la nueva casa parecía más grande, que no les entran los muebles o que no tendrán gas durante quince días.
Es práctico hacer una valija con lo indispensable para no tener que estar desarmando canastos para encontrar algo.
Lo peor en estos casos es pretender tener todo bajo control, porque eso es imposible, ya que en una mudanza hay que depender de muchas personas, no solo para el traslado de los muebles sino también para realizar las adaptaciones necesarias en el nuevo domicilio para hacerlo habitable.
Lo mejor es entregarse, dejarse llevar, no oponer resistencia a las adversidades aceptando lo inevitable y no dándole importancia a los detalles, para que esta experiencia sea productiva y deje un aprendizaje.