“Dos monjes que regresaban al Templo, se encontraron en un arroyo a una mujer llorando que no se atrevía a cruzarlo, pues había crecido y la corriente era fuerte.
El mayor de los monjes sin detenerse, la alzó en sus brazos y la llevó hasta la otra orilla.
Al tercer día recorriendo el camino, el monje joven, sin poder contenerse más, exclamó: “¿ Cómo pudiste hacer eso, tomar una mujer en tus brazos ?. Es una falta en nuestras reglas.
El monje respondió con una sonrisa: ” Es posible que haya cometido alguna falta, yo solo crucé a una mujer necesitada y la dejé en la otra orilla. “¿Pero qué te pasa a vos, que ya pasaron tres días del episodio y aún la llevas a cuestas?”.
Yo la dejé del otro lado del arroyo.
(Fábula)
Cuando un suceso importante afecta a nuestros valores más esenciales, solemos reaccionar con estupor. En ocasiones, multitud de acciones cotidianas (en el hogar, trabajo, amistad, familia) violan nuestros afectos, nuestras emociones y hasta nuestra dignidad de manera profunda, y paralizados o aletargados, desmoronados o insensibles, encapsulamos nuestro corazón para no soportar más dolor.
Cuando consideramos que somos receptores de un desastre, todo se desmorona, nuestros miedos se exageran, las dudas se amontonan y la esperanza se aleja. Olvidamos las creencias y asumimos en nuestro interior un caos que nos invita a perder la confianza y sin confianza…poco queda. Da comienzo la hecatombe y “nuestra” gente, ya no es la misma gente.
En un primer momento, tratamos de que el tiempo ubique nuestra confusión en el lugar adecuado, pero esto es un error. No queda más remedio que ponerse a limpiar, ordenar de nuevo la casa y barrer. Sacudir el polvo, deshacernos de lo inútil aunque resulte doloroso, escapar de lo inservible, y no almacenar mas deterioros. Tratar de buscar nuevos caminos limpios y luminosos que nos alejen del caos. En resumen: desinfectar nuestra tristeza.
Otra alternativa es continuar por nuestro particular arroyo, como si nada hubiese sucedido, sin dialogo y sin reflexión, pero nuestras emociones y pensamientos reprimidos, acabaran acumulando rabia y resentimiento hasta que vuelva a provocarse externa o internamente de nuevo otro desastre.
Es absolutamente necesario salvar los muebles, recoger escombros, hacer catarsis de limpieza general y esterilizarnos interiormente. Adquirir una dimensión sana de nuestro sufrimiento y volver a decorar con compromiso y respeto nuestra conciencia y la conciencia de quienes nos hayan otorgado los desastres.
Sólo ordenando el caos, se olvidarán los miedos, la incertidumbre y la desconfianza irán desapareciendo, y los recuerdos no se borrarán, pero al menos dejarán de dolernos.
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