Aprender a controlar impulsos como la ira
Un comentario mordaz, un insulto o un simple desaire son a veces motivos suficientes para que perdamos el control. Y es entonces cuando la ira pasa a tomar las riendas. Cuando esto sucede, ¿dejamos de ser nosotros o realmente sacamos nuestra verdadera identidad?
Dejarse llevar por la ira...
Algunas personas se dejan llevar por sus impulsos más fácilmente que otras; como todos sabemos, hay personas irascibles y personas más tranquilas. Pero, ¿es bueno dejarse llevar por la ira? De algún modo, sacamos lo que llevamos dentro; liberamos nuestro odio o rabia contenida. Pero, por otro lado, provocamos una situación conflictiva y generamos más odio. Por tanto, ¿qué debemos hacer? ¿Contenernos? Muchas personas se abstienen de decir algo cuando se sienten ofendidas y liberan su rencor dándole un golpe a una pared o rompiendo algo que tengan a mano. Pero quizá la solución esté más allá: ¿y si evitamos ese sentimiento de ira?
Si somos capaces de no sentirnos ofendidos cuando una persona nos provoca, seremos capaces de controlar nuestra ira. El conocido refrán: “a palabras necias, oídos sordos” es el mejor resumen de esta actitud. Por ello, debemos darnos cuenta de que cuando alguien intenta ofendernos o provocarnos únicamente se está insultando a sí mismo; se está llamando insolente, irrespetuoso, inmaduro, etc. Si somos capaces de entender esto seremos capaces de dominar nuestra ira.
Saber cúando actuar
Es evidente que hay veces en las que ni la persona más paciente es capaz de contenerse o de soportar ciertas injurias u ofensas. Pero esto ya es otro asunto. Lo que podemos controlar son todas esas situaciones intermedias y, a menudo, sin importancia, que nos podemos encontrar en nuestro día a día. Y no digo que debamos dejar que nos humillen o insulten. Sólo digo que debemos saber manejar la situación y no dejarnos llevar por las emociones. Debemos controlar nuestros sentimientos inmediatos y saber cuándo es mejor estar callado y cuándo debemos hablar. Debemos saber cuándo debemos sonreír y cuándo debemos abstenernos de gestualizar. Todo esto sin situarnos en el lugar de la cobardía pero tampoco en el de la osadía. Debemos colocarnos en otro lugar: el de la prudencia.
Y es que no es más valiente el que más grita ni es más cobarde el que menos dice. La vida nos enseña que, a menudo, la valentía más primitiva es la mayor de las cobardías.
Por todo esto, debemos aprender a controlar nuestras emociones. Especialmente la ira.
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