El extraordinario legado de Nelson Mandela
Hombres así se dan una vez por siglo, cuando mucho. Su vida fue una exaltación a los más altos valores humanos. Extraña combinación la de Nelson Mandela: era indudablemente un hombre de poder, un “animal político” hasta los huesos. Pero a la vez supo mantener la ética por encima del cálculo frío que suele acompañar a los grandes líderes de masas.
Nelson Mandela
fue sobre todo un ejemplo de tenacidad. Su asombrosa valentía y su persistencia inclaudicable
le demostraron al mundo que se puede lograr lo imposible.
Hace apenas unas cuantas décadas su lucha era apenas un esfuerzo idealista y solitario, que no parecía tener mayores posibilidades de triunfo. Hoy, se despide de la vida habiendo completado una transformación histórica sin precedentes en su país. Y su muerte se llora en todo el mundo.
Tenía 44 años cuando fue condenado a prisión perpetua en la tenebrosa prisión de Robben Island, en Sudáfrica. Lo acusaban de sabotaje y otros cargos relacionados con la subversión. Desde varios años atrás Mandela formaba parte de un grupo que luchaba violentamente por acabar con el apartheid en su país.
Durante los primeros nueve años de prisión Mandela estuvo prácticamente aislado del mundo. Era una soledad que experimentaba desde una celda más que estrecha, en donde dormía sobre una estera de paja. Le estaba prohibido hablar. Podía recibir una visita de media hora cada seis meses y escribir como máximo dos cartas al año.
Unos años antes de entrar a prisión había muerto su primera hija, siendo aún lactante. Ya encerrado tuvo que afrontar la muerte de su primer hijo varón, por causa de un accidente automovilístico.
En esas condiciones atroces Nelson Mandela ganó su primera gran batalla. No se hundió, no sucumbió. En lugar de ello dio lugar a un
profundo proceso de reflexión sobre sus convicciones y sus actos. Quién sabe después de cuántas cavilaciones se replanteó la violencia como método y comenzó a urdir una nueva manera de encarar su lucha. También se licenció como abogado estudiando por correspondencia.
De esas largas noches de soledad y encierro
surgió un Nelson Mandela lleno de serenidad y de sabiduría. Concluyó que
solo los medios pacíficos podrían llevar a su país a la otra orilla. No era acabando con los blancos como los negros lograrían ocupar el lugar digno que se les había negado. Si Sudáfrica cambiaba, lo haría acudiendo a la persuasión, a la negociación, a la tolerancia.
Después de 27 años de prisión por fin fue dejado en libertad, en febrero de 1990. Ya para ese entonces había desplegado una ardua labor para convencer de las ideas pacificas a sus compañeros de presidio. Su prédica había cobrado importancia.
Rompió el cerco de la cárcel y fue alcanzando primero a los miembros del Congreso Nacional Africano (el grupo donde había llevado a cabo su militancia) y luego a las minorías blancas, que hasta entonces se habían mostrado herméticas frente a los derechos de los negros.La popularidad de Nelson Mandela alcanzó proporciones insospechadas. Ya no era solamente un líder político:
se había convertido en el líder espiritual de su país.
La legitimidad de su lucha se hizo incuestionable. Su fuerza era la fuerza de las ideas. Y fue capaz de derrotar todos los escepticismos.
Al salir en libertad se convirtió en el interlocutor natural del Presidente Frederik de Klerk. Los dos negociaron el proceso de democratización de Sudáfrica y abrieron una nueva era para su país.
Ganaron juntos el Premio Nobel de la paz en 1993. Al año siguiente Mandela era elegido como el primer presidente negro en la historia de su nación. Y los sueños de reconciliación que acarició en tiempos de prisión, se hicieron realidad.
Nelson Mandela, una prueba fehaciente del poder de las ideas, de la palabra. Una prueba de los niveles de grandeza que puede alcanzar la especie humana. Una de esas personas que dejan
un mundo mejor que el que existía cuando nació.