Las dos máscaras del orgullo
La suma de dos orgullos es una eterna conversación pendiente
El orgullo es una moneda que lanzas al aire. Sin embargo, en este caso, el resultado no depende del azar. Las dos caras no significan lo mismo. Ni siquiera algo parecido, no son el invierno o el verano, ni el salado o el dulce, ni siquiera el todo o la nada.
Una tristeza y otra valentía. Una la pérdida y la lástima, la otra fuerza y coraje.
La cara de la cabezonería y la osadía
Hablamos del orgullo que te ciega y te impide reconocer aquello que ya has visto, incluso que has lamentado, pero que consientes que te manche los dedos antes que parecer débil.
No nos educan para sentir el derecho a equivocarnos. Caminamos por un mundo competitivo en el que hay defectos mal vistos y bien vistos, en el que reconocer uno de los primeros parece situarte en desventaja para ganar. La pregunta qué queremos ganar, pero esa es otra historia…
Así, de los defectos mal vistos raramente se puede hablar; mientras, en los bien vistos nos acunamos pensando que son un aval suficiente para que los demás nos vean como humanos y no sospechen que no somos honestos, falsos o actores en el teatro de la vida.
Esta cara del orgullo es un tornado que, ciego, es capaz de arrasar con todo lo que encuentra a su paso.
No distingue entre lo importante y lo banal. Es capaz de avanzar sordo ante todas las señales de aviso y descuidar el tacto, porque es insensible a todo. Un cobarde con nombre de valiente…
Enemiga de la autocrítica, esta cara muchas veces termina haciéndonos incoherentes frente a todo el mundo, incluso frente a nosotros. Pero pensamos que nos podemos permitir serlo, puesto que preferimos lidiar antes con esa disonancia que con un precedente que alguien nos pueda recordar.
Así, al final, sucede que por nuestra imagen, terminamos descuidando nuestra imagen.
La otra cara, la de por mí, la de por lo que me importa y me configura
La que significa el renacer del ave fénix o el último recurso antes de rendir derrota. Esa que impide que nos doblemos las uñas o se nos partan los dientes cuando los hemos utilizado para agarrarnos a la vida y no soltarla.
El orgullo se trasforma en fuerza cuando escuece
Pero.., siendo tan diferentes ¿por qué configuran una misma moneda?
Porque las dos nacen para proteger al yo, para proteger a nuestra imagen y a lo que queremos ser. Unas veces erróneamente y otras de manera acertada. Pero, es que el orgullo es humano. De hecho es, genuinamente, humano.
Conocer cuando tenemos que sacarlo y cuando tenemos que resguardarlo forma parte del aprendizaje de la vida, de experimentar con situaciones en las que nos equivocamos o con esfuerzos que nos ponen al límite.
No temas pararle los pies cuando sientas que puede hacer daño, en esos casos la valentía tiene más que ver con desnudarnos y airear la herida. Aunque escueza, sanará antes y no se infectará. Incluso, las personas que te importan podrán conocer el significado de tus cicatrices, el valor de tu historia. Pero no solo la bonita y la idílica…
A cualquier orgullo le viene bien un ejercicio de confesión de vez en cuando. Uno de esos que cuestan y que te proporcionan una limpieza interior, quitando vientos y tempestades para sembrar de nuevo.
Por otro lado, cuida tu autoestima y apunta los logros que consigas. Cada mañana tómate con el café unos gramos de esperanza en ti. Esa apuesta merece más la pena que cualquier otra.
Recuerda que la inversión que hagas en tu crecimiento se trasformará en seguridad y fuerza cuando el viento se vuelva en contra. Cuando ya no te quede nada con lo que empujar encontraras en tu interior la cara del orgullo que has construido a base de tropezar y levantarte, de equivocarte y aprender, de vivir.
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