Madres tóxicas, padres autoritarios… Estilos educativos que lejos de propiciar el crecimiento personal, la autonomía y el conseguir un vínculo sano con los hijos, los destruyen en muchos casos.
Podríamos hablar de varios tipos de crianza, de educar y trasmitir valores, y si bien es cierto que nadie viene a este mundo sabiendo cómo criar a un niño para que sea feliz el día de mañana, todo progenitor sabe que en la base de todo ello, está el amor.
Ahora bien, el problema reside precisamente en el modo que conciben dichas personas la palabra “amor”. ¿Amar a un hijo significa protegerlo de todo mal y encerrarlo para siempre en el interior de una burbuja?
¿Es querer a un hijo sancionar todo lo que hace, dice o elige con la idea de conseguir que vaya por ese camino que yo considero aceptable para él?
Y qué podemos decir de las madres tóxicas, que manipulan y tejen sus estrechas redes con el fin de satisfacer necesidades propias, de impedir que el niño salga de su zona de confort… Sin lugar a dudas todos nosotros sabemos identificar estos estilos de crianza tóxica.
Las experiencias de la infancia son marcas impresas en nuestro cerebro, son mellas de incomprensión, abismos de inseguridad y recuerdos en ocasiones cargados de odio que determinarán gran parte de nuestra vida de adulto.
Hablemos hoy en nuestro espacio de esa educación dañina, y de cómo puede reflejarse en el cerebro de los niños.
1. Un cerebro sometido al estrés
El estrés no es un estado que caracterice nuestra época adulta. En absoluto. Un recién nacido que no es atendido cuando llora sufre estrés, un bebé que no recibe caricias y afecto sufre estrés.
Ahora bien ¿qué sucede en el caso de un estilo de crianza influenciado por una madre tóxica, por un padre tóxico o unos progenitores autoritarios?
– El niño está sometido cada día a una fuerte presión. Sabe que cada uno de sus pasos, de sus palabras o elecciones van a ser analizados y hasta sancionados. Se les somete a un estado continuo de inseguridad que acaba por sumirlos en un estado de estrés y ansiedad.
– Además, se ven a menudo en la compleja situación de querer liberarse de esos hilos de la madre tóxica que vigila cada cosa que hace, que le marca lo que debe hacer. Sin embargo, la idea de salir de esa zona de influencia, de esa zona de confort también le da miedo.
– Teme que cualquier desafío al padre autoritario o la madre tóxica, origine graves consecuencias. Teme el castigo, y teme también “desilusionar o defraudar” a los progenitores. Todo ello genera estrés.
Consecuencias para el cerebro
– Los niños sometidos a estrés desde épocas tempranas hasta llegada la adolescencia, por ejemplo, muestran niveles muy elevados de cortisol, adrenalina y noradrenalina.
– Estas hormonas y neurotrasmisores hacen que existan pequeñas alteraciones en estructuras como el hipocampo, la amígdala y el lóbulo frontal.
– ¿Qué significa esto? ¿Cómo se traduce a nivel comportamental o emocional? Hay déficits en la memoria de trabajo, es decir, en la habilidad de resolución de problemas.
– El hipocampo, por ejemplo, está relacionado con las emociones y la memoria, mientras que la corteza frontal lo está con la toma de decisiones. Esto significa, que niños sometidos a un estrés muy elevado suelen tener ciertos problemas a la hora de decidir cosas, de resolver situaciones problemáticas, de mantener una regulación interior y un autocontrol cuando deben emprender una tarea o solucionar algún problema.
2. El cerebro emocional en los niños
Un estilo de crianza tóxica va a generar en los niños un convulso torrente de emociones contrapuestas. Las madres tóxicas, por ejemplo, provocan a menudo relaciones amor-odio, a la vez que una compleja dependencia donde se alterna la necesidad, el miedo, el odio y el cariño.
Con un estilo educativo autoritario, se ejerce el poder del miedo, y ello provoca emociones muy negativas que marcan a los niños durante mucho tiempo. Si bien es cierto que a medida que crecemos podemos reaccionar frente a esta influencia, es algo que siempre deja su huella a nivel cerebral.
Veámoslo.
Consecuencias para el cerebro
– Las emociones más negativas y más intensas son sin duda el miedo y la rabia. Estas sensaciones son muy comunes en un estilo de crianza tóxica, donde si bien pueden existir instantes relajados, lo más curioso es que en un cerebro infantil los recuerdos negativos suelen tener mucho más impacto.
– El miedo y la rabia se concentran en una pequeña estructura primaria llamada amígdala. Forma parte del sistema límbico y se sitúa en la profundidad de los lóbulos temporales. Su función es la de almacenar experiencias emocionales, y asentar el llamado el condicionamiento del miedo.
– La amígdala es la que nos ayuda también a asentar la memoria a largo plazo, así pues, todos esos hechos negativos que vivimos en nuestra infancia que nos produjo malestar, miedo o que nos hizo encendernos de rabia, son sensaciones que suelen quedarse para toda la vida.
– La amígdala deja una huella “nmemotécnica”, de forma que cuando llegamos a adultos, utilizamos muchos de aquellos recuerdos o bien para reaccionar y evitar ciertas cosas, o bien para seguir prisioneros de los mismos miedos. Es sin duda una dimensión muy compleja.
Todos somos prisioneros del pasado, de esos estilos de crianza tóxica. No obstante, tenemos también el derecho y el deber de ser libres, de curar las heridas de la infancia y de seguir creciendo en plenitud.
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