Son varias las situaciones que pueden convertirte en un extranjero dentro de tu propia casa. Lo común en ellas es que se trata de realidades que marcan una diferencia entre tú y el resto de las personas que conviven contigo.
A veces, son simplemente los gustos: te encanta el heavy metal y los demás lo detestan. A veces son tus preferencias sexuales: eres homosexual y nadie termina de entenderlo. Otras veces, depende de circunstancias objetivas: tienes gran diferencia de edad con los demás.
“Desgraciadamente yo no tuve quien me contara cuentos; en nuestro pueblo la gente es cerrada, sí, completamente, uno es un extranjero ahí.”Compartir
Sea cual sea la causa, lo cierto es que hay momentos en los que te ves obligado a compartir el mismo techo con personas que poco tienen que ver contigo. Así, te conviertes en la marca de referencia para lo diferente. Es posible que puedas sortear la situación con fluidez. Pero también ocurre que, por el contrario, termines sintiéndote aislado y confundido sobre cuál es tu lugar en el mundo.
Ser extranjero es ser diferente
Los griegos llamaban “bárbaros” a los extranjeros. Con el tiempo, esta palabra ha ido adquiriendo un significado peyorativo, que alude a la ignorancia y a las formas de actuar extremadamente básicas. Los seres humanos sentimos interés, y a la vez miedo, por todas aquellas personas que nos resultan “diferentes”.
Aun así, es frecuente que alguno de los miembros de la familia rompa con el molde y tome un rumbo diferente. O puede suceder que determinantes biológicos como el género, la edad o la condición de salud, por ejemplo, marquen una gran diferencia.
Es por eso que muchas veces los adultos mayores terminan relegados en un rincón, pues los miembros más jóvenes de la familia suponen que no hay nada que los una a ellos. Pero también ocurre lo contrario: los hermanos menores, cuando tienen gran diferencia de edad con los mayores, pueden sufrir un aislamiento relativo, ya que son demasiado “pequeños” como para formar parte del mundo de los más grandes.
No tanto las diferencias, sino la manera en que se abordan, pueden dar lugar a muchas situaciones. Si se sortean con inteligencia, amor y tolerancia, permite que todos crezcan en conjunto. Si, por el contrario, dan lugar a críticas, juicios continuos y falta de aceptación y de respeto con “el diferente”, originan grandes conflictos en la vida de las personas.
La casa como laboratorio social
Cada hogar es una microsociedad en donde se reproduce todo lo bueno, y lo no tan bueno, de una cultura. La familia puede ser una estructura rígida o flexible. Si el lazo más fuerte entre sus miembros es el conflicto, con seguridad todos serán más intolerantes y defensivos.
En cambio, cuando el afecto es la nota predominante en los vínculos familiares, hay mayor amplitud mental y mejor disposición para aceptar y asumir las diferencias. Cuando las personas tienen un carácter frágil y se sienten dominadas por la inseguridad y la duda, tienen enorme dificultad para acoger la diferencia.
Cualquier idea, actitud o forma de actuar que no sea similar a las suyas representa una amenaza o una afrenta. Lo cierto es que ese miembro de la familia que parece tener unos genes diferentes a los de los demás, es un cuestionamiento viviente de lo que es una familia o un colectivo.
Si el “extranjero” de la familia es tranquilo, algunos autores lo llaman “ghost”. Suelen ser bastante observadores, de percepciones agudas y con alta sensibilidad. Los demás miembros de la familia se sorprenden frecuentemente al darse cuenta de que él los conoce al dedillo.
Si el “extranjero” es un poco más inquieto, a veces se le llama “la oveja negra”. Tienden a denunciar, con palabras o actos, todo lo que no funciona en su núcleo familiar. Muchas veces se convierten en chivos expiatorios, cuando en realidad son solamente la “punta del iceberg” del conflicto familiar.
Ser extranjero en tu propia casa es una condición compleja y altamente vulnerable. En casos graves, el único camino que te queda es marcar una ruptura con tu familia para poder encontrar un lugar en el mundo y ganar respeto frente a lo que eres, piensas y/o sientes.
En casos menos extremos, exige un diálogo franco con la familia, en donde expongas lo que quieres, lo que necesitas y por qué las conductas de exclusión, de rechazo o de confrontación te hieren. O te hacen daño. O simplemente, ponen límites a tu desarrollo pleno.
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