Vivir el amor es probablemente la emoción más poderosa y llena de magia que podemos sentir como regalo de la vida. El amor alberga las mejores sensaciones que nos empujan a ser mejores personas, seres humanos y almas eternas. Nos lleva a desarrollar y sacar a la luz la mejor versión de nosotros mismos para y con los demás, sin olvidarnos del amor propio.
A lo largo de nuestra existencia nuestro corazón aprende y crece con distintas experiencias o personas completamente diferentes entre sí. Podemos enamorarnos perdidamente de cada una de ellas, o incluso pueden pasar desapercibidas en nuestro día a día porque simplemente no nos toca descubrirlas en esta vida.
Pero a veces, no entendemos por qué nuestra alma elige “desear dar todo lo mejor de nosotros” a uno u otro ser humano, llegando a vivir emociones poco positivas que difícilmente gestionamos. Por ello, hoy te invito a descubrir cómo es el proceso de selección interior que cada uno de nuestros corazones lleva a cabo en cuanto amar se refiere.
“Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta.”
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Nos unimos a aquellos que reviven nuestra primera experiencia con el amor
Amamos y nos unimos a una persona de por vida sin saber cómo, de forma inconsciente a veces. Incluso nos preguntamos infinidad de veces qué tiene él o ella que tan locos de amor nos hace sentir nuestro día a día sin entenderlo del todo.
Esas experiencias hacen referencia a cómo sentíamos y percibíamos de niños el amor. Tanto su existencia como falta también. Entonces, cuando somos adultos, elegimos a una persona similar a aquella que nos marcó en un determinado momento de nuestra vida como en la infancia. Y poco a poco nuestro corazón desea acercarse más hacia ella.
“Ser profundamente querido por alguien te da fortaleza, y querer profundamente a alguien te da valor.”Compartir
Porque nuestras almas se complementan
Cuando estamos enamorados percibimos a nuestra pareja como un alma gemela similar a nosotros, complementando nuestra alma sus diferencias personales. De esta forma aprendemos de él o ella y evolucionamos con nuestros potenciales y cualidades probablemente desapercibidos hasta entonces. El amor nos enseña y nos hace mejores por ello, agradeciendo a la vida el haber encontrado a la persona que nos despertó.
También muchos estudios científicos relacionados con la elección inconsciente del amor entre las personas, indican que la pareja que escogemos es una versión de nuestros progenitores perfeccionados: una persona que es parecida a nuestro padre o madre. De ahí que sepamos relacionarnos con él/ella tan bien. Pero que además, conserve desarrollado en altos niveles aquello que nuestros padres no pudieron compartir con nosotros y que nos supuso de pequeños una carencia.
Una relación sana nos ayuda a crecer
Una relación entre dos personas basada en el amor incondicional presenta un principio eterno: descubrir una persona que siempre habrá marcado nuestro corazón de forma positiva, aprendiendo y compartiendo lo que desconocíamos. Por ello, podríamos considerarlo como una aventura con inicio pero sin final. Siempre nuestro amado formará parte de nuestra esencia y la constituirá.
Una relación sana es una aventura entre dos seres increíbles donde descubrimos y aceptamos lo que no es nuestro. Al principio cualidades que nos hacen ver a la otra persona perfecta, pero que con el paso del tiempo podemos sentir en determinados momentos sus defectos. Carencias que si amamos incondicionalmente las haremos nuestras sin dejarlas de lado, pero sí sacando su lado más positivo.
Los miembros de la pareja sana crecen aprendiendo y complementándose, eligiendo y escogiendo cada día el camino que les lleve a evolucionar, o determinar si ha llegado el momento de abandonar esta historia nacida siempre para aprender.
Por ello, elegimos tener una relación o no con determinada persona: para aprender a gestionar y vivir un verdadero amor gracias a la comunicación sincera. La misión y prueba que nos coloca la vida cada día para ser mejores y entender nuestra verdadera grandeza como seres humanos: el don de compartir que conservamos todos en nuestro interior. Algo que ahora la ciencia nos puede confirmar y volver a regalar.
“Lo que alguna vez hemos disfrutado, nunca lo perdemos. Todo lo que hemos amado profundamente se convierte en parte de nosotros mismos.”