Un retorno adulto a los beneficios de la niñez
A lo largo de la vida hemos maltratado nuestro cuerpo de diversas maneras. Los hábitos adquiridos, el recuerdo de vivencias pasadas, así como los modelos que hemos introyectado durante la niñez han servido para definir paulatinamente nuestro lenguaje corporal, un modo de expresión global con el que nos manifestamos ante el mundo.
Hacer deshaciendo, una buena contradicción
Lo más paradójico cuando se acude a una clase de Técnica Alexander es que lo único que te pide el profesor es que “no hagas nada”. La sensación de extrañeza es evidente. Entonces, ¿qué‚ he venido a hacer yo aquí?.
El profesor calmadamente repite: no has venido a hacer nada, es decir, has venido a “no hacer”. Llegado este punto al alumno se le empieza a cambiar la cara pasando de la primera sonrisa incrédula a la perplejidad más absoluta.
No es de extrañar. Desde el punto de vista del profesor de la Técnica Alexander y por sorprendente que parezca, sin “hacer nada” ya estamos “haciendo esfuerzo”, y mucho. Sin darnos cuenta estamos desperdiciando una energía preciosa.
¿Hábito o manera de ser?
A lo largo de nuestra vida hemos ido desarrollando una serie de hábitos (ya sea debido a la manera de movernos, a nuestra postura o a nuestro comportamiento) que nos han llevado a utilizar nuestro cuerpo de tal manera que, en mayor o menor medida lo hemos maltratado.
En algunos casos, por ejemplo, estos hábitos nos han causado excesiva tensión, en otros por el contrario falta de energía, apatía o desasosiego. Los nervios, la ansiedad, también la pobre utilización del cuerpo (que conduce a una mala postura) son los causantes de una larga lista de síntomas que no son más que las “quejas” con que nuestro organismo nos advierte de que algo anda mal.
¿Somos o nos hacemos?
Cómo llegamos a ese estado es un misterio. Hay interpretaciones y opiniones para todos los gustos: de pequeños copiamos la manera en que se mueven y actúan nuestros padres o nuestros ídolos de juventud o debido a las prisas, a los reveses emocionales que sufrimos en el transcurso de nuestra vida empezamos a tensarnos en exceso, a cerrarnos, y poco a poco perdemos la soltura y la elegancia que teníamos de pequeños.
El niño: el mejor maestro
El niño pequeño no sabe de esa facultad. Su cuerpo simplemente actúa por sí mismo, instintivamente. Si nos fijamos, incluso cuando un niño pierde el equilibrio raramente cae de cabeza al suelo. Sus rodillas se doblan, su cadera se desplaza hacia atrás y aterriza en sus pañales. Su columna permanece siempre erguida.
Su cuerpo sabe muy bien que es lo que tiene que hacer en cada caso y él deja simplemente que actúe, sin interferir en sus mecanismos posturales que son precisamente los que evitan que se caiga de bruces.
Cuando se hace mayor pierde esta capacidad, justamente porque el pequeño no es consciente de cómo su cuerpo monitoriza ese comportamiento y al crecer no es capaz de mantenerlo.
En ellos se inspiró el creador de la Técnica Alexander
Alexander descubrió cómo recuperar esa facultad y cómo tener un control sobre los mecanismos que rigen el organismo. Lo aprendió de una manera consciente de modo que ya nunca más lo perdió. La excesiva tensión de su cuello y espalda desapareció, su torso se enderezo, recobró su voz, su respiración se desbloqueó y su salud, desde siempre quebradiza, mejoró hasta límites insospechados.
Todo su organismo se reorganizó. Aprendió que el cuerpo sabe mucho más que nosotros mismos y desarrolló una técnica sutil, inteligente y práctica para llevarlo a cabo. Una de sus frases preferidas era: si se deja de hacer lo incorrecto lo correcto surge por sí mismo.
Cambio
Tenemos la capacidad de cambiar. Si nos permitimos eliminar las tensiones que encarcelan nuestra mente y nuestro cuerpo, entonces experimentaremos la misma alegría de vivir que tuvimos en nuestra niñez.
Ahora recuerdo con sorna cómo me sentía yo en mi primera lección, sin entender que estando simplemente de pie, sentado o echado sobre una camilla… Ya estaba “haciendo mucho”. ¡Y encima el profesor me pedía que hiciera menos!
Ordenando nuestra habitación cuerpo-mente
Una buena manera de entender la Técnica Alexander sería decir que se trata de ordenar una habitación con el fin de encontrar un objeto perdido. En este caso la habitación somos nosotros mismos y el objeto es un dolor, tensión, un defecto de postura, o cualquiera que sea la razón por la que acudimos al profesor.
El profesor nos ayudará no a buscar ese objeto en particular sino a ordenar toda la habitación y, al ponerla en orden, posiblemente encontremos el objeto.