Si nos hacemos preguntas sobre nosotros mismos, probablemente nos surjan muchas dudas a la hora de contestarlas: ¿el alma es el resultado de reacciones químicas y eléctricas, tan sólo? ¿el amor depende de unas meras conexiones neuronales en nuestro cerebro? ¿se puede manipular el pensamiento de otros? ¿lo que sugiere nuestro inconsciente es lo que somos?
Las respuestas a estas preguntas -y a otras muchas sobre el cerebro- son las que ha ido buscando a lo largo de su vida el divulgador Eduardo Punset. El cerebro domina toda una serie de elementos que nos caracterizan, como las emociones, los temores, los deseos. Elementos que a su vez forman parte de las complejas operaciones cerebrales que realizamos cotidianamente, por eso a día de hoy sigue estudiándose y no ha perdido el calificativo de “gran misterio”.
“Es muy probable que las mejores decisiones no sean fruto de una reflexión del cerebro sino del resultado de una emoción.”Compartir
Eduardo Punset es abogado, economista y divulgador científico. Se licenció en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y es Máster en Ciencias Económicas por la Universidad de Londres. Ha sido redactor económico de la BBC, director económico de la edición para América Latina de The Economist y economista del Fondo Monetario Internacional en Estados Unidos y Haití. A continuación, os planteamos algunas de las cuestiones más interesantes que ha abordado Punset en relación al cerebro humano.
En los últimos años se ha estudiado cómo el cerebro es capaz, durante nuestra vida, de cambiar su estructura y su configuración al ritmo de su entorno. Sarah J. Blakemore, neurocientífica de la University College London, sostiene que el cerebro sigue desarrollándose durante toda la vida y que una etapa crucial de ese desarrollo es la adolescencia, porque esta etapa representa un periodo de crisis o transición cerebral.
La adolescencia, según afirma Blakemore, es un periodo en el que la conciencia de uno mismo, la influencia de otras personas y la asunción de riesgos cambian. Durante mucho tiempo, esos cambios se asociaron a cambios hormonales, pero actualmente se ha visto que se deben también a cambios estructurales en el cerebro.
Todo lo anterior y la posibilidad de realizar resonancias cerebrales ha llevado a los científicos a pensar que con la edad las neuronas no es que dejen de crecer, sino que se ha elaborado la idea de la plasticidad del cerebro. Es decir, que la edad no supone que dejemos de aprender, sino todo lo contrario, seguimos aprendiendo y cambiando durante toda nuestra vida.
Eduardo Punset ha abordado también diferentes aspectos relacionados con la memoria, la forma que tenemos de recordar o de olvidar. Cuando dormimos nuestro cerebro no cesa de funcionar, sino que sigue trabajando, aunque no sepamos realmente en qué trabaja.
En este sentido se descubrió que la mosca del vinagre – que genéticamente, se parece mucho a los humanos – controla el sueño desde una región del cerebro que está relacionada con la memoria y el aprendizaje. Es decir, que es muy probable que durante el sueño aprenda lo que ha memorizado durante el día.
En cuanto a la memoria y sus mecanismos, un descubrimiento reciente nos demuestra como los recuerdos poco relevantes (el color de un coche aparcado en la calle o la forma de vestir de la persona con la que nos cruzamos) son borrados para que en nuestra memoria a largo plazo permanezcan otro tipo de recuerdos.
Recuerdos asociados a un objetivo relevante en la vida o en los que están implicados emociones muy intensas. El lugar en el que nos reencontramos con esa persona a la que hace tanto tiempo que no veíamos, el sitio en que dimos nuestro primer beso o el viaje más lejano que hayamos hecho.
“Para saber quiénes somos, tenemos que comprender cómo estamos conectados.”Compartir
Un ejemplo de cómo funciona la memoria y el aprendizaje lo apreciamos en los niños cuando aprenden a gatear. Cuando un niño anda a gatas, aunque no sepa caminar, aprende a orientarse y a funcionar atencionalmente simultaneando dos cosas: sus brazos y la persona o el objeto al que se dirige. Sin ese aprendizaje previo, le sería difícil aclararse con las tres dimensiones espaciales posteriormente, por eso es importante que aprenda antes a gatear.
El cerebro y el dolor físico y mental
Eduardo Punset se ha interesado también por la forma en que el cerebro trata el dolor físico y mental y sostiene que el cerebro trata con la misma deferencia o indiferencia, las experiencias mentales como los sentimientos y las físicas como la sed o el hambre. Entonces, la pregunta clave en este sentido es ¿por qué el cerebro las trata igual?
En este sentido, un equipo de científicos de la Universidad de California (Los Angeles) dirigido por H. Takahashi sugiere que existen razones evolutivas de supervivencia de la especie que explicarían dicho comportamiento.
En los mamíferos como el humano, es muy elevada la dependencia de los recién nacidos puesto que no se pueden valer por sí mismos. Tenemos una inteligencia mayor, pero dedicamos los siete primeros años de nuestra vida a aprender y a formar la imaginación.
Sin la dedicación que deriva del afecto y de los sentimientos, ningún recién nacido podría sobrevivir. En este sentido, los sentimientos sociales preceden a la cobertura de las necesidades físicas y concretas, como dar de comer, calmar la sed o proporcionar la temperatura adecuada.
Es muy discutible que sin esos sentimientos sociales pudiera darse luego la compensación física necesaria para sobrevivir. El cerebro acierta en dar a los primeros la misma prioridad que a la segunda.
“En materia de amor y desamor somos como recién nacidos toda la vida.”