Por norma general a una gran parte de la población nos gusta el Carnaval y disfrutamos de ponernos una máscara o, incluso, dos durante los días en que se celebra. Nos gusta fingir durante un tiempo concreto del año lo que no somos, evadirnos en la piel de otro personaje y encontrarnos en otras facetas de la realidad y la fantasía.
Sin embargo, no nos damos cuenta de que alejados del Carnaval solemos ponernos una máscara de cara al resto o hasta para nosotros mismos. Los demás ven de lo que somos una imagen que trata de mejorarse públicamente: por miedo a estar solos o simplemente por seguir unos patrones sociales nos ocultamos tras disfraces más o menos trabajados.
“Lo terrible es que para establecer un contacto, si quieres comunicar con los demás, tienes que inventar como una especie de personaje que se comunica, que no es el mismo que está metido dentro de ti y por ahí empiezas a creer más en el personaje, te olvidas de la persona y crees en el personaje.”Compartir
Una máscara dice más que una cara
Ciertamente una máscara es un disfraz: un objeto que oculta nuestro verdadero rostro y varía nuestra apariencia física. Por eso, metafóricamente, una máscara es también una forma de tapar la personalidad de cada uno y hacer pensar que la identidad que tenemos es distinta a la real.
Ocultarse es una reacción humana inicial que surge por temor a ser juzgados, como hemos comentado: podemos ser ariscos para que no nos crean vulnerables, podemos ser considerados en un funeral por pura diplomacia, podemos comportarnos amablemente porque nos interesa para mantener nuestro trabajo, etc.
Fingimos lo que somos, seamos lo que fingimos
Calderón de la Barca nos hacía llegar a mi parecer el siguiente mensaje con este subtítulo: nos esforzamos en fingir y, sin embargo, no nos molestamos en tratar de aceptar lo que sí somos y mejorarlo. Nos parece mucho más sencillo mentir y no ser naturales, movernos en la superficialidad.
Esto a lo que nos conduce es a generar un entorno en el que priman las apariencias por encima de los sentimientos reales: nos dejamos llevar por prejuicios, por imágenes y por suposiciones. Es beneficioso, por ello, que aprendamos a quitarnos la careta y a mirar más allá de ella cuando nos encontremos una de frente.
La mejor forma de quitarse la máscara es conocerse y darle una oportunidad a nuestra esencia: de esta manera podremos presentarnos ante lo que nos rodea sin trucos, con nuestra magia. Alejados de sobrevaloraciones e ilusiones infundadas seremos más felices, pues daremos a cada cosa y a cada persona el lugar que se merece en nuestras vidas.
A algunas personas la máscara no las disfraza, las revela
Contra todo pronóstico inicial, la máscara que creíamos segura tarde o temprano se cae o empieza a tener agujeros, dejando a la luz toda la verdad de nuestra esencia. Esto es lo que les pasa a muchas personas: la máscara las revela porque el tiempo acaba delatándolas.
En otras palabras cuanto más trabajado esté el disfraz más nos parecemos a nosotros mismos, tal y como nos enseñó José Saramago. Lo peligroso de este matiz es que no solo nos habremos engañado sino que habremos engañado: las relaciones se fundamentan gracias a la sinceridad y confianza y fingir lo que no somos elimina automáticamente las dos virtudes.
Nos ha pasado que en más de una ocasión alguien a quien creíamos conocer nos ha decepcionado porque por algún motivo ya no es como creíamos. Lo que puede haber ocurrido es que la verdad haya acabado mostrándose y dejándonos ver unos rasgos de comportamiento que nos habían tratado de ocultar.
“Cuando nos miraba parecía que buscaba la verdad dentro de nosotros o que sabía que detrás de cualquier cosa había algo más.”