Ya no somos los mismos que éramos en aquel momento determinado, en el que todo nos parece tan cercano y distante a la vez: lo que éramos antes ya nunca lo seremos porque la vida nos exige cambiar. No ser “los de antes” implica tener la suerte de que las experiencias nos hayan calado y hayamos aprendido de ellas.
Muchas veces resulta muy sencillo comprobar que los que están a nuestro alrededor han cambiado y que, por por lo tanto, nuestra relación con ellos también lo ha hecho. Otras, nos parece muy complicado asimilar que nosotros también somos diferentes y darnos cuenta de que el error es mirar lo de ayer con los ojos del hoy.
Parece acertado afirmar que solemos definirnos en función de los acontecimientos clave que nos han marcado y que sabemos que vamos a recordar para siempre. Estos acontecimientos pueden ser resultado del contacto con la realidad, desde un viaje hasta un desengaño amoroso, pasando por la ansiedad de tener que hacer frente a una hipoteca.
Pongamos por ejemplo que salimos a otro país durante una temporada: allí tendremos que adaptarnos a los modelos de vida de su gente, a costumbres diferentes a la nuestra y a pensamientos que nos abrirán mucho la mente. O, de la misma manera, creer haber encontrado un amigo incondicional y descubrir que no es así.
Da igual si la experiencia es buena o mala, basta con que nos llene de sentimientos: no olvidaremos nunca la felicidad verdadera, pero tampoco habernos levantado de nuestras caídas. Lo que nos quede de ello tras haberlo pasado será el modelaje de lo que somos en el momento presente: nuestra esencia es la misma, pero ya no somos los mismos.
Si de forma individual estamos obligados a cambiar, también lo estarán los demás y, por consiguiente, todas las relaciones que tengamos en común. Cuando cambia nuestro círculo social: la familia, los amigos, nuestra pareja… es beneficioso que nos mostremos flexibles al cambio.
Sin embargo, también puede habernos ocurrido que los cambios hayan provocado rupturas: habíamos creído conocer a las personas completamente y no hemos tenido en cuenta que nunca se termina de conocer a nadie porque estamos en continuo crecimiento.
“Y sin embargo, ¿qué quieres que te diga?
El tiempo vence a todo. Nos derrota
sin compasión, terrible y brutalmente.
Porque un día la encuentras en la calle,
te besa fugazmente la mejilla,y sonríe –“me esperan”- y se marcha.”-Rodolfo Serrano-
Cuando alguien de nuestro circulo social se va nos duele muchísimo y parece que nuestro mundo se derrumba: solo el tiempo y el esfuerzo nos vuelve capaces de encontrar de nuevo a esa persona y cerciorarnos de que la herida ha cerrado. Una vez más, nos daremos cuenta de que ya no somos los mismos que éramos.
Ya no somos los mismos
El tiempo nos acciona: nos pasa por encima, nos zarandea, nos enseña, nos revela y, ante todo, no nos deja indiferentes. De hecho cualquier día, aunque parezca perdido, ha supuesto algo: decidimos constantemente y cuando no lo hacemos, nos dejamos llevar.
“Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas,
de pronto cambiaron todas las preguntas.”
-Mario Benedetti-
Perderse está bien a pesar de que no lo parezca superficialmente: no importa si nos hemos perdido en el cielo, como cuando nos mantienen en una nube de alegría constante o si nos hemos perdido por estar demasiado tiempo en el suelo. Las dos cosas habrán sido maestras y no habrán configurado un poquito más física y psicológicamente.
Lo bonito e importante es tener el valor de seguir conociéndonos y la certeza de saber cómo y quiénes somos. De esta manera, podremos darnos al resto con total plenitud y encontraremos en ellos focos de felicidad que nos llenen. En otras palabras si brillamos, con nuestros cambios, ayudaremos a brillar a los demás con los suyos.
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