Cuando somos niños sentimos curiosidad hacia todo… una hoja que cae de un árbol, la lluvia en nuestra ventana o una hormiga que camina por el jardín. Vamos en la sillita con los ojos muy abiertos, señalando para todos los lados y emitiendo sonidos que nadie entiende, como si le quisiéramos devolver al mundo parte de la perplejidad que nos produce.
Sin embargo, con el paso de los años vamos perdiendo esa curiosidad por aquello que nos rodea. Los adultos no nos asombramos por casi nada… quizás se deba a que no tenemos el tiempo suficiente para observar un árbol, una gota o un insecto o que nos han dicho que de grandes debíamos dejar esos juegos de pequeños.
Con curiosidad se nace, pero necesita que la alimentemos
Piensa, seguro que si miras a tu entorno no podrás identificar más de dos o tres personas a las que catalogarías como curiosas. Al atravesar la adolescencia y luego llegar a la adultez, la curiosidad pasa, generalmente y con muy pocas excepciones, a ser solo un lindo recuerdo de la infancia.
Nuestra atención está demasiado distraída en pensamientos de futuro y remordimientos del pasado, que va de un lado a otra a la misma velocidad que van nuestros pasos detrás del tiempo. Solo de vez en cuando algo extraño parece interponerse a esta dinámica. Un hecho ante el que -y salvo que sea por necesidad- difícilmente nos paramos.
Por supuesto que hubieron, hay y habrá excepciones. Aquellos que mantuvieron intacta su curiosidad habitualmente son considerados “genios”. De Albert Einstein a Leonardo Da Vinci, de Galileo Galilei a Arquímides, de Steve Jobs a Steven Spielberg: ninguno de ellos permitió esta involución común y decidió ir por más. No se conformaron con crecer y quisieron seguir siendo curiosos. Tan mal no les fue, ¿verdad?
Cuando somos niños ser curiosos estimula nuestro aprendizaje a una velocidad de vértigo. Buscamos respuestas y no nos valen cualquiera, solo aquellas que nos convezcan, que sepamos integrar en le mapa que poco a poco nos estamos haciendo del mundo.
Si esta curiosidad ha sobrevivido a tu adolescencia, estarás más abierto a las nuevas ideas, vivirás aventuras inolvidables y podrás solucionar problemas de cualquier tipo. Siempre que algo te llame la atención y no tengas miedo de acercarte, tendrás una oportunidad.
La curiosidad en la mayoría de las ocasiones aparece en forma de pregunta, de interrogante. Pregunta por la razón, por la lógica de un acontecimiento o por el desencadenante de un comportamiento.
Se trata de una búsqueda activa de respuestas, de un juego maravilloso porque, en la mayoría de las ocasiones, en vez de encontrarlas hallamos aún más preguntas. O incluso, encontrándolas, estas preguntas aparecen. Por ejemplo, si cómo funciona cualquier aparato electrónico probablemente empecemos a preguntarnos quién los diseño, cuando lo hizo o por qué lo hizo de esa manera.
Podrás decirle adiós al aburrimiento, a la rutina y al tedio de hacer siempre lo mismo todos los días. Cuando te interesas en nuevos temas no hay espacio para la desidia, el estrés ni las caras largas.
Cuestiona lo que te rodea para ser curioso
Si tienes hijos seguro sabrás que en cierta etapa empiezan con los “por qué”. ¡Quieren saberlo todo! No dan nada por sentado y hasta que no consiguen una respuesta satisfactoria a su interrogante no se detienen. Pueden pasarse horas y horas señalando y diciendo esas dos palabras como si fuesen un disco rayado.
Por el contrario, los adultos solemos dar todo por sentado. Si lo dicen en la televisión ha de ser verdad. Si lo indica el jefe debemos cumplir. Si está hecho de esa manera por algo será. No nos preocupamos demasiado por los “porqué” de lo que nos rodea.
Al cuestionar la realidad tenemos la posibilidad de buscar más allá de los patrones preestablecidos, lo que nos han inculcado o enseñado, lo que se hace así desde tiempos antiguos. Por ello nos es tan difícil sacar el niño curioso de nuestro interior. Quizás nos de vergüenza o pensemos que “ya somos mayores para ello”. Otras muchas veces nos da miedo molestar y pensamos que total, para qué, si podemos vivir sin la respuesta.
Para ser curioso es preciso contar con una pizca de entusiasmo y una cucharada de voluntad. No hace falta que resuelvas casos complicados como los de Sherlock Holmes ni que te conviertas en un genio de las matemáticas. Simplemente trata de hallar caminos alternativos a los que estás acostumbrado. Rebélate contra lo establecido y acepta los nuevos desafíos.
Explora el mundo, empezando por tu casa o tu barrio. ¡Te asombrarás a cada paso! Descubre tradiciones, culturas e idiomas que nunca has pensado que existían. Cultiva tu intelecto. Lee más y consigue información de varias fuentes.
Que tus musas sean los niños en el parque, anonadados por una flor o por un copo de nieve o por el vuelo de una mariposa entre los árboles. ¿Quién dijo que los pequeños no son los mejores maestros? ¡Podemos aprender tanto de ellos!
“Seguimos avanzando, abriendo nuevas puertas y haciendo cosas nuevas, porque somos curiosos y la curiosidad sigue llevándonos por caminos nuevos.”