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El verdadero mundo
Recuerdo el viento claro de otras tardes.
Tocando castañuelas prodigiosas le daba larga cuerda a mi niñez. Yo le pasaba alegre mis cabellos, mi falda, y él, jugando, se los daba al perro que ladraba tras de mí. Correr, reír, morir de golpe sobre el liso pasto, la colina aquella, el verdadero mundo a la intemperie en donde el sol echaba mil monedas. Después, de flores sucia todavía, volver a la casona mansamente.
Mi voz quedó colgada de las ramas. Mis ojos se vaciaron en garúas. También perdí mi nombre. ¡Nada! ¡Nadie! Soy yo sin la niñez de mi alegría.
Delfina Acosta
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