¡Oh, si las flores duermen, que dulcísimo sueño!
Bécquer (naturalmente)
Pobre Desdémona
La espalda de esta luz son esos sueños tuyos, amada, que duelen al soñarse y que hacen florecer las prímulas y azahares en tus flancos.
Y caen del lecho moras de grueso jugo, cuando sueñas; y zarzarrosas crecen bajo el cojín de pluma; y tiernos gansos pican, bajo el tálamo, hierbas prodigiosas del sueño enternecido.
Despiertas luego: me miras, descubres en mis ojos la muerte; ves en mi mano flores arrancadas al sueño que soñabas y se deshacen lentas, como el mundo del sueño que pasa a la vigilia, como el flotante polen del jardín distraído hacia los muladares.
Los pelos de la burra en esta mano que ha de cortar tu vida.
Vuelve a dormir, te digo, en un dormir sin sueño y sin campánulas.
Las flores se diluyen plenamente; vuelven a ser remate de las telas. Los gansos vuelan torpes hacia el azul del techo.
Las moras son tranquilas manchas de sangre remolida que el tigre deja ahora al balancear su hocico. Y ya no existe el sueño.
Eduardo Lizalde
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