Cada vez resurrecto entrando en agonía y alegría, muriendo de una vez y no muriendo, así es, es así y es otra vez así.
El golpe que te dieron lo repartiste alrededor de tu alma, lo dejaste caer de ropa en ropa manchando los vestuarios con huellas digitales de los dolores que te destinaron y que a ti sólo te pertenecían.
Ay, mientras tú caías en la grieta terrible, la boca que buscabas para vivir y compartir tus besos allí cayó contigo, con tu sombra en la abertura destinada a ti.
Porque, por qué, por qué te destinaste corona y compañía en el suplicio, por qué se atribuyó la flor azul, la participación de tu quebranto?
Y un día de dolores como espadas se repartió desde tu propia herida? Sí, sobrevives. Sí, sobrevivimos en lo imborrable, haciendo de muchas vidas una cicatriz, de tanta hoguera una ceniza amarga, y de tantas campanas un latido, un sonido bajo el mar.