Regreso
Largas tardes campestres; alamedas rosadas; aire delgado que el aroma apenas sostiene de la acacia; huerto, pinar... Llanuras de oro viejo, azul de la montaña... Esquilas del arambre y balido, sin fin, de la majada, en el silencio claro... ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!
Maravillosa noche estremecida por el rumor del agua y el fulgor de los astros imán de la mirada perdida en lo insondable de la eterna pregunta. (El grillo canta, corre la estrella, el aire suspira entre las ramas). Sueño tranquilo y sano, velado por las plantas humildes de la tierra y por el bravo eucalipto que asoma a mi ventana... Noche de paz y de salud y sueño... ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!
Allegro matinal, tímida gloria y milagro de nácar, a las corolas risa, trino a las aves y delicia del alma, aire en las sienes, despertar, eterna juventud ¡oh mañana que abres los ojos y las rosas!, dulce y poderosa gracia... Mañana de mi huerto, suave y pura... ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!
¡Me llama la ciudad que ignora el cielo y la tierra y el agua y el sol y las estrellas, febril y jadeante, apresurada, con su aliento mefítico, y su llanto y sus máquinas, sonora de metales infecta de palabras!
Manuel Machado
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