Por tanto, si una mujer no quiere llevar velo, que se corte el pelo al cero. Y si es vergonzoso para una mujer cortarse el pelo o raparse la cabeza, que lleve velo”
Así de tajante escribe San Pablo en la primera carta a los Corintios (11:6). No es el Corán, ni la Torá, es la Biblia. Porque los textos religiosos y sus interpretaciones -todos sin excepción- están escritos por hombres y como tal tienen enormes trazas de patriarcado.
Da igual la religión, el velo en la mujer es algo intrínseco. En el Islam hay al menos siete tipos de velos, en el catolicismo hasta el Concilio Vaticano II su uso era obligatorio y hoy en día seguimos viéndolo en bodas y procesiones. Protestantes, evangélicas y ortodoxas cristianas siguen utilizandolo en celebraciones. A las judías se les rapa el cabello y se cubren las cabezas con pelucas o velo. Las mujeres hindús utilizan el purdah, mismo velo distinto nombre.
Betty Friedan escribía en ‘La Mística de la Feminidad’ como la educación, la presión social y la propaganda tras la Segunda Guerra Mundial dirigían a las mujeres para que “decidieran” elegir la opción de regresar al hogar después de haber conquistado el derecho al empleo. Disfrazaban de ‘nueva feminidad’ el mismo patriarcado de siempre. Con el velo pasa exactamente igual, el patriarcado sigue insistiendo en disfrazarlo de arma empoderante o de identidad subjetiva ¿Pero de verdad, aquello que te oprime puede a su vez empoderarte? Es un oxímoron filosófico.
Seguramente el neoliberalismo, como hace con la prostitución, la pornografía o los vientres de alquiler defenderá aquello de la libre elección (léase Neoliberalismo Sexual, el mito de la libre elección de Ana de Miguel). La izquierda por su parte no tiene que caer en la trampa neoliberal y capitalista de la individualidad, la izquierda tiene que poner el énfasis en la igualdad colectiva y no en seguir apuntalando la jerarquía sexual sea con un velo o con cualquier otro instrumento opresor.