Romance con nostalgia
para decir en Navidad
Por
José Javier Aleixandre
Los años nos van llenando
de canciones acabadas,
de sonrisas amarillas,
de mariposas amargas.
Pero hay milagros de arcilla
que de las sombras escapan
como si de los silencios
pudieran nacer campanas.
El barro de las figuras
con luz interior se amasa
y es bendita luz el brillo
niño del papel de plata.
Mi padre inventa senderos
de serrín; grutas prepara
con musgo y corcho; dispone
la magia de las distancias,
y con sus manos conduce
ríos a salto de mata.
Mi madre tiene celestes
pájaros en la mirada,
postura de mazapán,
plumas de pavo en la falda,
y el corazón asomándole
-riendo- por la garganta.
En las praderas del cielo
se dan cita las montañas
para asomarse al balcón
más alto de la esperanza.
Es de noche y hay palmeras
anaranjadas del alba.
Viento tejido en su vuelo,
turbión de espuelas sus alas,
racimos de amor brotándole,
un ángel rosa cabalga
con una estrella en la mano
buscando dónde dejarla.
Yo me la pongo en los labios,
pues no sé mejor palabra
para saludar al sol
que de noche se levanta;
se desperezan los gallos
como cogidos en falta;
prenden lirios en el aire
los cascabeles del alma
y los grillos improvisan
una zambra de guitarras.
Cuando María y José
al Niño le tocan palmas,
la alegría enciende todos
los rincones de mi casa.