Cuando nuestra piel se arrugue
y el pelo se vuelva blanco,
y la vida nos confunda,
en un otoño grisáceo,
donde se caen las hojas
y se secan las palabras,
pero la fuerza no cambia
ni el espíritu se apaga
pues mientras tengamos vida,
y no se oxiden las ansias
y sigamos con el logro
de la convicción deseada,
de que aunque estemos viejos
tenemos alegre el alma.
Y si trotar no podemos
caminaremos con calma
hasta llegar a la meta
de haber cumplido con garra
los logros y desafíos
que la vida nos depara.
Tuvimos línea de partida
y también línea de llegada
por eso siempre tendremos
la esperanza soñada
de saber con alegría
y una sonrisa marcada
que aunque el cuerpo no responda
siempre está joven el alma.
Mariana Deidán Galarza