Desde niño uno sabe que el padre viene segundo porque primera es la madre.
En las plazas sobran estatuas que la celebran, pero faltan las del padre. Ni Dustin Hoffman en "Kramer vs. Kramer" ni Arturo Puig en "Grande, Pa" pudieron alterar la leyenda. Madre hay una sola: padre puede haber otro. La mamadera nunca será papadera y aunque el miedo es un miedo padre uno pide por la madre. El complejo de Edipo tiene más rating que el de Electra, y en los momentos cruciales se invoca más a la madre que al padre: "Madre mía"," ¡mamma mía!", "la grandísima madre..." O "madre patria", "madre tierra", "salirse de madre".
El bebe siente que mamá está antes que papá. Ese destino de segundo hizo al padre más austero en asuntos sensibles. Para qué matarse besuqueando a sus hijos si al final siempre gana la madre. Ventaja indescontable, que ni llenando la bolsa de Papá Noel, ni poniéndose en todo como un padre, logra emparejarla. Aunque el cartel estelar del hogar lo comparten ambos, la estrella es la madre. Para no desairarlo le concede algunos privilegios formales: jefe de familia, cabecera de la mesa, el que lleva las riendas. Pero la que cocina el estofado es la madre. "¡Ah!, si lo supiera tu padre", urde a sus espaldas para que el hijo en falta sea su cómplice. Con lo cual el padre no se entera de ese amor secreto que trama la madre con el hijo.
Hoy es él quien recibe las ofrendas y regalos que él mismo paga. Igual que en el del día de la madre, en que todos salen a comer al restaurante para que ella no cocine, también este domingo irán al restaurante para que ella no cocine y, como en el día de la madre, pagará el padre. Y si no van al restaurante hace el asado para todos porque es el día del padre. Lo hace con gusto: nació para eso desde cuando cazaba dinosaurios y además tenía que carnearlos y cargarlos al hombro hasta la cueva. Pero al llegar la madre protestaba porque no sabía elegir los más tiernos. Si cazar dinosaurios no era fácil, tampoco lo es tener trabajo hoy como para que viva una familia.
Ser padre argentino en estos tiempos ha sido una hazaña superior a ser madre o a ser hijo.
Por un instante, mientras lo miman en su día, al padre se le cruza la frustrada utopía de que si no fuera por la madre él sería el primero. Pero que para lograr ese lugar tendría que resignar sus costumbres de padre y señor mío, y eso no lo hace ningún padre que se precie. Por eso, para no armar ningún lío padre, asume su lugar detrás de la madre. Las feministas -que también tienen padre- con tal de no celebrar a un varón son capaces de olvidarse de este día; pero al padre no le importa porque ama a todas las mujeres a partir de la madre.
Que haya un día del padre es una yapa, una compensación social, la ilusoria idea de que entre él y la madre hay un empate. Nadie se lo cree: y él, menos, porque sabe que pierde. La madre es la dueña del dolor; al padre sólo le queda el papel de evitarlo. Son socios en la empresa del hijo, pero la acción de oro la tiene la madre.
Aunque sea por esta vez quisiera ser justo y decir que el amor del padre es el más grande. Hace mucho, al empezar el mundo, tuvo en sus manos el usufructo de la eternidad y la felicidad del Paraíso, pero eligió arriesgarse a copular y crear hijos. Y pagó la temeridad de seducir a la madre desoyendo la veda. Apostó a una manzana sabiendo que por amor lo perdía todo. Ganó la madre: se quedó con el hijo dentro de ella. Pero por estrategia y piedad le hace creer a él que es ella la que pierde. Que hoy las madres no interfieran!!