HAZ DE LO ORDINARIO, ALGO EXTRAORDINARIO
Cuando tenía dieciséis años, era un joven normal, me gustaban las chicas y los bailes, estudiaba en el colegio y estaba a punto de graduarme. En esa época, no me importaba nada que no fuera diversión, hasta que me pasó lo siguiente: Estaba en casa de un amigo, cuando le preguntaron al hermano menor, quien para ese entonces tenía unos 5 ó 6 años, ¿qué quería ser cuando fuera grande?
- Él contestó con mucha seguridad: Bombero, porque me gustaría salvar vidas y apagar incendios. Fue entonces cuando me pregunté por primera vez: - ¿Qué quiero ser yo, cuando sea grande? ¿Qué voy a hacer con mi vida? ¿Qué dejaré cuando muera? ¿Cómo quiero que sea mi esposa? ¿Qué daré a mis hijos? Muchísimas preguntas más me vinieron a la mente, pero lo dejé pasar sin ponerle mucha atención, como cualquier cosa que me causaba inquietud o miedo. Días después me encontré con un amigo, bueno, un compañero al que le iba muy bien en todo lo que hacía: tenía amigos y era respetado por todos. Entre un tema y otro le pregunté: - ¿Cómo haces para obtener buenas calificaciones? Él me contestó que se esforzaba un poco en poner atención en clases y antes de un examen, repasaba sus notas de estudio, y consultaba en libros o con un instructor, para aclarar sus dudas y puntos débiles.
Inquieto, le pregunté: - ¿Cuál es la razón por la que te preocupa obtener buenas notas? Él me contestó que quería que su vida no fuera en vano; él deseaba llegar a ser un buen empresario, tener algo qué darle a sus hijos cuando los tuviera; y, lo más importante de todo, anhelaba ir construyendo su lugar en el cielo. Yo le dije en tono burlón que era un santurrón, un nerd, y otras cosas que parecieron no molestarle. Unos días después de los exámenes semestrales, encerrado en mi cuarto, castigado, y sin poder salir, pensé en lo que me había dicho aquel compañero nerd. Concluí que era yo quien estaba mal, pues justificaba mi flojera basado en que no tenía un ideal en la vida, que poco me importaba lo que tuviera que ver con mi formación, que no sabía bien lo que quería. Es más, ni siquiera me había preguntado quién podría llegar a ser yo, con toda la instrucción que había recibido. Fue entonces cuando me propuse dar algo de mí, para mí, para mi futura familia, para los demás, para construir mi vida en el futuro y para mi casa en el cielo. Recordé una frase que un maestro acostumbraba decir cada día, y que a partir de entonces marcó el rumbo de mi vida: Haz de lo ordinario, algo extraordinario. Esto significa que si hacemos todo lo que nos corresponde hacer como estudiar, pasear, entrenar, trabajar, poniendo en ello nuestro mayor esfuerzo, esto se convertirá poco a poco en una forma de vivir, que hará de nosotros una persona extraordinaria. Ahora tengo 33 años, estoy casado con la mejor mujer que pude encontrar, tenemos unos hijos a los que amo más que a mí mismo. Me siento amado, me he caído, me he levantado, he recibido más de lo que he dado y gracias a esa reflexión, mi vida, que parece ordinaria, es en realidad extraordinaria. Con esta sencilla reflexión, podemos decir que el tener un ideal en la vida es como tener toda la energía necesaria para lograr ser quiénes queremos ser. Autor Desconocido
RECOMENZAR
Me caí, me levanté, sacudí mi ropa, sonreí y comencé nuevamente. Pasó el tiempo, tropecé, tambaleé y caí... Me levanté, sacudí mi ropa, pero esta vez mis rodillas sangraron, las limpié, y comencé nuevamente. Siguió pasando el tiempo, otra vez caí, ahora no sólo mis rodillas sangraron, sino que también mis codos y manos estaban heridos.
Sólo ahora, cuando comienzo a levantarme, me doy cuenta que quizás nunca hubiese tambaleado, que quizás nunca hubiese caído y que quizás nunca me hubiese herido, si tan solo hubiese visto tu mano siempre extendida para ayudarme.
Juntos, todo es menos amargo. Jesús, ¡Qué alegría que estés a mi lado!
Autor Desconocido
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