Ante todo es preciso comprender algunas cosas fundamentales.
Primero: hombre y mujer son, por una parte, complementarios, y por otra, opuestos.
El ser opuestos hace que se atraigan mutuamente. Cuanto más lejos estén, más profunda será la atracción; cuanto más distintos sean el uno del otro, mayor será el encanto, la belleza y la atracción. Sin embargo ahí radica el problema.
Al acercarse, quieren acercarse más, quieren fundirse el uno en el otro, quieren volverse uno, un todo armonioso; pero toda su atracción se basa en la oposición, y la armonía dependerá de disolver esa oposición.
A menos que una relación amorosa sea muy consciente, creará angustia, un gran problema. Todos los enamorados tienen problemas. El problema no es personal, está en la misma naturaleza de las cosas. De no ser así no se habrían atraído mutuamente –eso que llaman “enamorarse”-, no pueden dar ninguna razón de por qué sienten una atracción tan tremenda el uno hacia el otro. Ni siquiera son conscientes de las causas subyacentes; de ahí que ocurra algo extraño: los amantes más felices son aquellos que nunca llegan a encontrarse.
Una vez se encuentran, la misma oposición que genera la atracción se convierte en conflicto. Sus actitudes son distintas en las pequeñas cosas, sus planteamientos son distintos. A pesar de que hablan el mismo idioma, no se entienden. Todos los conflictos del mundo se deben a los malentendidos. Dices algo y tu mujer entiende otra cosa. Ella dice algo y tú entiendes otra cosa.
Sólo a través de la meditación el amor empieza a tomar nuevos colores, nueva música, nuevas canciones, nuevas danzas; porque la meditación te da la comprensión para entender al polo opuesto, y con la comprensión el conflicto desaparece.
Osho.