Escalera crujiente, trozo de bosque organizado por el que ir hasta la cumbre de aquel desván lleno de sueños, pájaros silenciosos que viajan sin ruido. Sobre ti estaba el premio cubierto por el polvo y lo muerto vivía para mí, en mis ensueños. Hogar sin sótanos, todo aquello era hermoso porque estaba creando su recuerdo; viviéndote, sentía que de algún modo ya te recordaba. Y siempre que te acercas entre la niebla, oigo cómo se queja suavemente, enmohecido por las lluvias, el pesado cerrojo de una verja. La del jardín acaso.
Julia Uceda
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