Será primero una ola niña sobre la ciega playa. Luego una delgada espuma persistente, más tarde un redoblar de todo el horizonte que avanza, que se empuja para tomar contacto con la orilla. En cada grueso oleaje, en cada arruga del mar, en cada ojo de espuma por la arena de fuego, estará un hombre por él y por su extensa cadena de fantasmas. Por las sombras que no tuvieron cuerpo; por todos los que anulados vagan sin país, sin sepulcro. Con la memoria de los que fueron olvidados volverán: «Ya llegamos a la patria.» Y jamás será la patria. Siempre habrá otras olas, y anchos nudos, gruesas crestas de mar. El hombre irá pisando playas de fuego, rocas que hirieron otros pies, algas que se enredaron a otras plantas. Caminará por siempre -a través de paisajes con recuerdos-, el sol contra su espalda y una arruga profunda en la frente horadada por el viento. «¿Era ésta mi patria?» -preguntará de nuevo. Y pasando de largo, como un extraño entre los ríos, regresará a la orilla de que partió -no la recuerda- pidiendo paz para sus muertos.
Julia Uceda
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