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General: Prodigios
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: Ledita  (Mensaje original) Enviado: 03/12/2010 23:08

 

 

..Prodigios..

PRODIGIOS

En el gabinete del consejero de Sanidad, conforme se entra a mano izquierda, en el lienzo de pared más grande, hállase un armario de cristales alto, en el que los niños colocan las cosas bonitas que les regalan todos los años. Era muy pequeña Luisa cuando su padre lo mandó hacer a un carpintero famoso, el cual le puso unos cristales tan claros y, sobre todo, supo arreglarlo tan bien, que lo que se guarda en él resulta más limpio y bonito que cuando se tiene en la mano. En la tabla más alta, a la que no alcanzaban María ni Federico, guardábanse las obras de arte del padrino Drosselmeier; en la inmediata, los libros de estampa; las dos inferiores reservábanse para que Federico y María las llenasen a su gusto, y siempre ocurría que la más baja se ocupaba con la casa de las muñecas de María y la otra superior servía para cuartel de las tropas de Federico.

En la misma forma quedaron el día a que nos referimos, pues mientras Federico acondicionaba arriba a sus húsares, María colocaba en la habitación, lindamente amueblada, y junto a la señorita Trudi, a la elegante muñeca nueva, convidándose con ellas a tomar una golosina. He dicho que el cuarto estaba lindamente amueblado y creo que tengo razón, y no sé si tú, atenta lectora María, al igual que la pequeña Stahbaum -me figuro que estás enterada de que se llamaba María-, tendrás, como ésta, un lindo sofá de flores, varias preciosas sillitas, una monísima mesa de té y, lo más bonito de todo, una camita reluciente, en la que descansaban las muñecas más lindas. Todo esto estaba en el rincón del armario, cuyas paredes aparecían tapizadas con estampas, y puedes figurarte que en el tal cuarto la muñeca nueva, que, como María supo aquella misma noche, se llamaba señorita Clarita, había de encontrarse muy a gusto.

Era ya muy tarde, casi media noche; el padrino Drosselmeier habíase marchado hacía rato, y los niños no se decidían aún a separarse del armario de cristales, a pesar de que la madre les había dicho repetidas veces que era hora de irse a la cama.

-Es cierto -exclamó al fin Federico-; los pobres infelices -se refería a sus húsares- necesitan tambien descansar, y mientras yo esté aquí estoy seguro de que no se atreven a dar ni una cabezada.

Y al decir esto se retiró. María, en cambio, rogó:

-Mamaíta, déjame un ratito más, sólo un ratito. Aún tengo mucho que arreglar; en cuanto lo haga, te prometo que me voy a la cama.

María era una niña muy juiciosa, y la madre podía dejarla sin cuidado alguno con los juguetes. Con objeto de que María, embebida con la muñeca nueva y los demás juguetes, no se olvidase de las luces que ardían junto al armario, la madre las apagó todas, dejando solamente encendida la lámpara colgada que había en el centro de la habitación, la cual difundía luz tamizada.

-Acuéstate en seguida, querida María; si no, mañana no podrás levantarte a tiempo -dijo la madre, desapareciendo para irse al dormitorio.

En cuanto María se quedó sola, dirigióse decididamente a hacer lo que tenía en el pensamiento y que, sin saber por qué, había ocultado a su madre. Todo el tiempo llevaba en brazos al pobre Cascanueces herido, envuelto en su pañuelo. En este momento dejólo con cuidado sobre la mesa; le quitó el pañuelo y miró las heridas. Cascanueces estaba muy pálido, pero seguía sonriendo amablemente, lo cual conmovió a María.

-Cascanueces mío -exclamó muy bajito-, no te disgustes por lo que mi hermano Federico te ha hecho; no ha creído que te haría tanto daño, pero es que se ha hecho un poco cruel con tanto jugar a los soldados; por lo demás, es buen chico, te lo aseguro. Yo te cuidaré lo mejor que pueda hasta que estés completamente bien y contento; te pondré en su sitio tus dientecitos; los hombros te los arreglará el padrino Drosselmeier, que entiende de esas cosas.

No pudo continuar María, pues en cuanto nombró al padrino Drosselmeier, Cascanueces hizo una mueca de disgusto y de sus ojos salieron chispas como pinchos ardiendo. En el momento en que María se sentía asustada, ya tenía el buen Cascanueces su rostro sonriente, que la miraba, y se dio cuenta de que el cambio que sufriera debíase sin duda a la luz de la difusa lámpara.

-¡Qué tonta soy asustándome así y creyendo que un muñeco de madera puede hacerme gestos! Cascanueces me gusta mucho, por lo mismo que es tan cómico, y a un tiempo tan agradable, y por eso he de cuidarlo como se merece.

María tomó en sus brazos a Cascanueces, acercóse al armario de cristales, agachóse delante de él y dijo a la muñeca nueva:

-Te ruego encarecidamente, señorita Clarita, que dejes la cama al pobre Cascanueces herido y te arregles como puedas en el sofá. Pienso que tú estás buena y sana -pues si no no tendrías esas mejillas tan redondas y tan coloradas- y que pocas muñecas, por muy bonitas que sean, tendrán un sofá tan blando.

La señorita Clara, muy compuesta con su traje de Navidad, quedóse un poco contrariada y no dijo esta boca es mía.

-Esto lo hago por cumplir -dijo María.

Y sacó la cama, colocó en ella con cuidado a Cascanueces, le lió un par de cintas más de otro vestido suyo para los hombros y lo tapó hasta las narices.

No quiero que se quede cerca de la desconsiderada Clarita -dijo para sí.

Y sacó la cama con su paciente, poniéndola en la tabla superior, cerca del lindo pueblecito donde estaban acantonados los húsares de Federico. Cerró el armario y dirigió sus pasos hacia su cuarto, cuando..., escuchad bien, niños, comenzó a oír un ligero murmullo, muy ligero, y un ruido detrás de la estufa, de las sillas, del armario. El reloj de pared andaba cada vez con más ruido, pero no daba la hora. María lo miró, y vio que el búho que estaba encima había dejado caer la alas, cubriendo con ellas todo el reloj, y tenía la cabeza de gato, con su pico ganchudo, echada hacia delante. Y, cada vez más fuerte, decía: "¡Tac, tac, tac!; todo debe sonar con poco ruido...; el rey de los ratones tiene un oído muy sutil...; tac, tac, tac!, cantadle la vieja cancioncita...; suena, suena, campanita, suena doce veces."

María, toda asustada quiso echar a correr, cuando vio al padrino Drosselmeier, que estaba sentado encima del reloj en lugar del gran búho, con su gabán amarillo extendido sobre el reloj como si fueran dos alas; y haciendo un esfuerzo sobre sí misma, dijo:

-Padrino Drosselmeier, padrino Drosselmeier, ¿qué haces allí arriba? ¡Bájate y no me asustes!

Entonces oyóse pitar y chillar locamente por todas partes, y un correr de piececillos pequeños detrás de las paredes, y miles de lucecitas cuyo resplandor asomaba por todas las rendijas. Pero no, no eran luces: eran ojitos brillantes; y María advirtió que de todos los rincones asomaban ratoncillos, que trataban de abrirse camino hacia afuera. A poco comenzó a oírse por la habitación un trotecillo, y aparecieron multitud de ratones, que fueron a colocarse en formación, como Federico solía colocar a sus soldados cuando los sacaba para alguna batalla.

María avanzó muy resuelta, y como quiera que no tenía el horror de otros niños a los ratones, trató de vencer el miedo; pero empezó a oírse tal estrépito de silbidos y gritos que sintió por la espalda un frío de muerte. ¡Y lo que vio, Dios mío!

Estoy seguro, querido lector, de que tú, lo mismo que el general Federico Stahlbaum, tienes el corazón en su sitio; pero si hubieras visto lo que vio María, de fijo que habrías echado a correr, y mucho me equivoco si no te metes en la cama y te tapas hasta los orejas. La pobre María no pudo hacerlo porque... escucha, lector...: bajo sus pies mismos salieron, como empujados por una fuerza subterránea, la arena y la cal y los ladrillos hechos pedazos, y siete cabezas de ratón, con sus coronitas, surgieron del suelo chillando y silbando. A poco apareció el cuerpo a que pertenecían las siete coronadas cabecitas, y el ratón grande con siete diademas gritó con gran entusiasmo, vitoreando tres veces al ejército, que se puso en movimiento y se dirigió al armario, sin ocuparse de María, que estaba pegada a la puerta de cristales de él.

El miedo hacíale latir el corazón a María de modo que creyó iba a salírsele del pecho y morirse de repente, y ahora le parecía que en sus venas se paralizaba la sangre. Medio sin sentido retrocedió, y oyó un chasquido...: ¡prr..., prr...!: la puerta de cristales en que apoyaba el hombro cayó al suelo rota en mil pedazos. En el mismo instante sintió un gran dolor en el brazo izquierdo, pero se le quitó un gran peso de encima al advertir que ya no oía los gritos y los silbidos; toda había quedado en silencio, y aunque no se atrevía a mirar, parecíale que los ratones, asustados con el ruido de los cristales rotos, habíanse metido en sus agujeros.

¿Qué sucedió después? Detrás de María, en el armario, empezó a sentirse ruido, y unas vocecillas finas empezaron a decir: "¡Arriba..., arriba!...; vamos a la batalla... esta noche precisamente...; ¡arriba..., arriba..., a las ramas!" Y escuchó un acorde armonioso de campanas.

-¡Ah! -pensó María-. Es mi juego de campanas. Entonces vio que dentro del armario había gran revuelo y mucha luz y un ir y venir apresurado. Varias muñecas corrían de un lado para otro, levantando los brazos en alto.

De pronto, Cascanueces se incorporó, echó abajo las mantas y, saltando de la cama, púsose de pie en el suelo.

-¡Crac..., crac..., crac!...; estúpidos ratones..., cuánta tontería; ¡crac, crac!...; partida de ratones..., ¡crac..., crac!..., todo tontería.

Y diciendo estas palabras y blandiendo una espadita, dio un salto en el aire, y añadió:

-Vasallos y amigos míos, ¿queréis ayudarme en la dura lucha?

En seguida respondieron tres Escaramuzas y un Pantalón, cuatro Deshollinadores, dos Citaristas y un Tambor:

-Sí, señor, nos unimos a vos con fidelidad; con vos iremos a la muerte, a la victoria, a la lucha.

Y se lanzaron hacia el entusiasmado Cascanueces, que se atrevió a intentar el salto peligroso desde la tabla de arriba al suelo. Los otros se echaron abajo con facilidad, pues no sólo llevaban trajes de paño y seda, sino que, como estaban rellenos de algodón y de paja, cayeron como sacos de lana. Pero el pobre Cascanueces se hubiera roto los brazos y las piernas -porque desde donde él estaba al suelo había más de dos pies y su cuerpo era frágil, como hecho de madera de tilo- si en el momento en que saltó, la señorita Clarita no se hubiera levantado rápidamente del sofá para recibir en sus brazos al héroe con la espada desnuda.

-¡Ah buena Clarita! -susurró María-. ¡Cómo me he equivocado en mi juicio respecto de ti! Seguramente que dejaste tu cama al pobre Cascanueces con mucho gusto.

La señorita Clara decía, mientras estrechaba contra su pecho al joven héroe:

-¿Queréis, señor, herido y enfermo como estáis, exponeros a los peligros de una lucha? Mirad cómo vuestros fieles vasallos se preparan y, seguros de la victoria, se reúnen alegres. Escaramuza, Pantalón, Deshollinador, Citarista y Tambor ya están abajo, y las figuras del escudo que está en esta tabla ya se están moviendo. Quedaos, señor, a descansar en mis brazos, o si queréis, desde mi sombrero de plumas podéis contemplar la marcha de la batalla.

Así habló Clarita; pero Cascanueces mostróse muy molesto y pataleó de tal modo que Clara no tuvo más remedio que dejarlo en el suelo. En el mismo momento, con una rodilla en tierra, dijo muy respetuoso:

-¡Oh, señora! Siempre recordaré en la pelea vuestro favor y vuestra gracia.

Clarita se inclinó tanto que lo pudo coger por los brazos, y lo levantó en alto; desatóse el cinturón, adornado de lentejuelas, y quiso ponérselo al hombrecillo, el cual, echándose atrás dos pasos, con la mano sobre el pecho, dijo muy digno:

-Señora, no os molestéis en demostrarme de ese modo vuestro favor, pues...

Interrumpióse, suspiró profundamente, desatóse rápido la cintita con que María le vendara los hombros, apretóla contra los labios, se la colgó a modo de banderola y lanzóse, blandiendo la pequeña espada desnuda, ágil y ligero como un pajarillo, por encima de las molduras del armario al suelo.

Habréis advertido, querido lectores, que Cascanueces apreciaba todo el amor y la bondad que María le demostrara, y a causa de él no había aceptado la cinta de Clarita, aunque era muy vistosa y elegante, prefiriendo llevar como divisa la cintita de María.

¿Qué ocurrió después? En cuanto Cascanueces estuvo en el suelo volvió a comenzar el ruido de silbidos y gritos agudos. Debajo de la mesa agrupábase el ejército innumerable de ratones, y de entre ellos sobresalía el asqueroso de siete cabezas. ¿Qué iba a ocurrir?

 

 

 

 

 

 

 

.....

compartiendo con amor

 

Ledita

BENDICIONES

 

 

 

 



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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: Paqui Enviado: 03/12/2010 23:50

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De: Margarita12 Enviado: 04/12/2010 12:12
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De: yanely Enviado: 05/12/2010 14:50


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