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General: EVANGELIO DE HOY VIERNES 21 DE NOVIEMBRE DEL 2014
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Resposta  Missatge 1 de 2 del tema 
De: campitos0  (Missatge original) Enviat: 22/11/2014 23:58

 

 

Viernes de la trigésima tercera semana del tiempo ordinario

Apocalipsis 10,8-11. 
Y la voz que había oído desde el cielo me habló nuevamente, diciéndome: "Ve a tomar el pequeño libro que tiene abierto en la mano el Angel que está de pie sobre el mar y sobre la tierra". 
Yo corrí hacia el Angel y le rogué que me diera el pequeño libro, y él me respondió: "Toma y cómelo; será amargo para tu estómago, pero en tu boca será dulce como la miel". 
Yo tomé el pequeño libro de la mano del Angel y lo comí: en mi boca era dulce como la miel, pero cuando terminé de comerlo, se volvió amargo en mi estómago. 
Entonces se me dijo: "Es necesario que profetices nuevamente acerca de una multitud de pueblos, de naciones, de lenguas y de reyes". 



Salmo 119(118),14.24.72.103.111.131. 
Me alegro de cumplir tus prescripciones, 
más que de todas las riquezas.

Porque tus prescripciones son todo mi deleite, 
y tus preceptos, mis consejeros.

Para mí vale más la ley de tus labios 
que todo el oro y la plata.

¡Qué dulce es tu palabra para mi boca, 
es más dulce que la miel!

Tus prescripciones son mi herencia para siempre, 
porque alegran mi corazón.

Abro mi boca y aspiro hondamente, 
porque anhelo tus mandamientos.





Evangelio según San Lucas 19,45-48. 
Jesús al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, 
diciéndoles: "Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones". 
Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. 
Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras. 

 

 

 



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Resposta  Missatge 2 de 2 del tema 
De: campitos0 Enviat: 22/11/2014 23:58

Comentario: Rev. D. Blas RUIZ i López (Ascó, Tarragona, España)

¡Si (...) tú conocieras en este día el mensaje de paz!

Hoy, la imagen que nos presenta el Evangelio es la de un Jesús que «lloró» (Lc 19,41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador. Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es —a la vez— santa y fuente de divisiones.

Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el pueblo escogido, que es la Iglesia, y —por extensión— con el mundo en el que ésta ha de llevar a término su misión. Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora, porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos, arrastrándolos con las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, lo que nos encontraremos es un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que la visitaba (cf. Lc 19,44).

Sin embargo, nosotros los cristianos, no podemos quedarnos en la pura lamentación, no hemos de ser profetas de desventuras, sino hombres de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.

De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, especialmente a través de aquellos más necesitados. Hemos de advertir esta presencia para entender la ternura que Cristo tiene por nosotros: es tan excelso su amor, nos dice san Ambrosio, que Él se ha hecho pequeño y humilde para que lleguemos a ser grandes; Él se ha dejado atar entre pañales como un niño para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado; Él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo... Por eso, hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a aquel que nos visita y nos redime.


 
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