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General: Santoral de hoy Domingo 11 de Octubre del 2015
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De: campitos0 (Mensaje original) |
Enviado: 11/10/2015 21:20 |
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Alejandro Sauli, Santo
Obispo de Pavía, 11 de octubre
Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina04
Obispo
Se cuenta que Alejandro Sauli era muy joven todavía cuando se presentó un día con un crucifijo en la mano ante una multitud que asistía a un espectáculo de acróbatas y saltimbanquis, y predicó severamente contra ese tipo de diversiones frívolas, con gran asombro de todos los presentes. Aunque el santo exageró tal vez un tanto al proceder así; ese gesto puede considerarse como un símbolo de su vida, ya que se consagró por entero a la restauración del orden cristiano en la atmósfera de negligencia y fríaldad religiosas de mediados del siglo XVI. Alejandro nació en Milán en 1535, pero su familia era originaria de Génova. A los diecisiete años, ingresó en la congregación de los clérigos regulares barnabitas. Sus superiores le enviaron a proseguir sus estudios en el colegio que la congregación tenía en Pavía, y el santo pagó de su bolsillo la obra de ensanchamiento de la biblioteca del establecimiento. En 1556, después de su ordenación sacerdotal, empezó a enseñar filosofía y teología en la Universidad. El obispo de la ciudad le tomó pronto por teólogo suyo, y la reputación de Alejandro como predicador empezó a crecer rápidamente. El éxíto que tuvo en Pavía fue tan grande, que San Carlos Borromeo le invitó a predicar en la catedral; a sus sermones asistieron el propio San Carlos y el cardenal Sfondrati quien fue más tarde Papa con el nombre de Gregorio XIV. Las ardientes palabras del joven barnabita arrancaron lágrimas a ambos personajes, quienes le tomaron por confesor; San Carlos Borromeo siguió dirigiéndose con él muchos años. En 1567, el P. Sauli fue elegido preboste general de su congregación. Aunque no tenía más que treinta y ocho años, parecía bastante seguro de sí mismo como para oponerse al parecer de San Pío V y de san Borromeo. En efecto, el cardenal Borromeo, quien era protector de los "Humiliati" que quedaban, había recibido la misión de reformarlos, ya que dichos frailes eran tan ricos como de costumbres poco edificantes. Para ello decidió fundir a los "Humiliati" con la fervorosa congregación de los barnabitas, recientemente fundada. Pero San Alejandro, aunque estaba dispuesto hacer cuanto pudiera por ayudar a los "Humiliati", no se sentía oblígado a aceptar una medida que podía hacer daño a sus hijos, y San Carlos Borromeo tuvo que renunciar a su propósito.
La firmeza de San Alejandro y su celo apostólico no pasaron ínadvertidos a los ojos del gran reformador San Pío V, quien le nombró en 1570 obispo de Aleria, en Córcega, a pesar de sus protestas. San Carlos Borromeo le confirió la consagración, y el nuevo obispo se trasladó a su diócesis. La tarea que tenía ante sí era imponente. El clero era tan ignorante como corrompido; el pueblo, que conservaba aún muchas costumbres bárbaras, poseía apenas algunos rudimentos de religión; la isla estaba infestada de bandidos, y las salvajes venganzas entre las familias eran cosa de todos los días. San Alejandro llevó consigo a tres barnabitas para que le ayudasen en la tarea. Inmediatamente después de establecerse en Tallona, porque la ciudad episcopal estaba en ruinas, congregó un sínodo y anunció las reformas que se proponía llevar a cabo. En seguida procedió a visitar su diócesis, y en el curso de la visita comenzó a aplicar las nuevas leyes con todo el rigor que se imponía. El gobierno del santo duró veinte años, y el cambio que se efectuó en la isla fue tan notable, que las gentes le llamaban el apóstol de Córcega. En el tercer sínodo diocesano, el santo promulgó los decretos del Concilio de Trento y la energía con que supo exigir su cumplimiento fue sin duda lo que más contribuyó a la reforma de las costumbres. San Alejandro tuvo que hacer frente no sólo a la oposición de sus subalternos, sino también a la violencia de los extraños, ya que los piratas berberiscos solían atacar con frecuencia la isla. Debido a ello, el santo obispo se vio obligado a cambiar tres veces de residencia y, finalmente, estableció en Cervione su catedral, su capítulo y su seminario.
Durante su gobierno, tuvo que hacer frecuentes viajes a Roma, donde se hizo muy amigo de San Felipe Neri, quien le consideraba como modelo de prelados. Era un canonista consumado que escribió varias cartas pastorales y obras catequéticas. Habiendo tenido un éxito tan grande en Córcega, es muy natural que se le hayan ofrecido las diócesis de Tortona y Génova; pero el santo se negó a cambiar de sede hasta que Gregorio XIV le impuso, por obediencia, que aceptase el gobierno de la diócesis de Pavía en 1591. Dios le llamó a Sí al año siguiente, cuando se hallaba en Calozza visitando la diócesis. Durante su vida, San Alejandro poseyó el don de profecía y el de calmar las tempestades. Los milagros continuaron después de su muerte y su canonización tuvo lugar en 1904.
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Soledad Torres Acosta, Santa
Fundadora de las Siervas de María, octubre 11 Por: P. Angel Amo |
Fundadora de las Siervas de María Octubre 11
Manuela Torres Acosta nació en Madrid (España), el 2 de diciembre de 1826. Sus padres, Manuel Torres y Antonia Acosta, era una modesta pareja de labriegos que poseían una lechería en Chamberí, barrio pobre del Madrid del ochocientos. De niña fue a la escuela que las Hijas de la Caridad abrieron en el Hospital de Incurables. Ayudaba en la lechería de sus padres y al mismo tiempo cuidaba los niños de las vecinas organizándoles juegos para entretenerlos.
A los veinticinco años pidió la admisión como hermana lega en el convento de dominicas, pero tenía que esperar hasta que hubiera lugar... En esa espera conoció los planes de fundación del cura de Chamberí, padre Miguel Martínez, de una asociación de mujeres para asistir a enfermos en casa. En 1851 reunió a siete mujeres en comunidad que el día 15 de agosto recibieron el hábito y el nombre de Siervas de María. Manuela tenía veintisiete años y escogió el nombre de María Soledad en honor a la Virgen. A finales de 1853 la pequeña comunidad de Siervas llegó a veinticuatro. En 1855, de las siete fundadoras sólo quedaba una, la hermana Soledad, que había llegado la última, y que el padre había recibido a regañadientes: cuatro de las fundadoras habían abandonado el grupo y dos habían muerto.
Finalmente en 1856 también el padre Miguel abandonó la asociación por él fundada dejando sola a sor María Soledad que se convirtió en fundadora y superiora de doce religiosas distribuidas en tres casas: Madrid, Getafe y Ciudad Rodrigo.
El 13 de noviembre de 1856 el nuevo director, padre Francisco Morales, decidió cambiar a la superiora y el cardenal de Toledo pensó en suprimirlas. Cambiaron entonces al padre Francisco por el padre Gabino Sánchez, fraile capuchino, quien en 1857 repuso a la madre Soledad en el puesto de superiora; ambos redactaron unos estatutos para la asociación y, con el apoyo de la reina de España, Isabel II, evitaron la supresión.
Dos años después de la aprobación, en octubre de 1878, madre Soledad visitó Roma. Ante el papa León XIII quien le puso las manos sobre la cabeza y le dijo palabras cariñosas, no pudo sino llorar. En 1875, con ayuda del obispo Orberá, fundaron una casa en Cuba. A partir de entonces se aceleró el crecimiento de la congregación en España: Santander, Almería, Zaragoza... De 1877 a 1887 se pusieron en pie un total de veintinueve fundaciones. También se les confió el Hospital de San Carlos del Escorial. En la epidemia del cólera del año 1885 las Siervas, con madre Soledad al frente, ayudaron a cuidar a los enfermos. El 21 de noviembre el cardenal Rampolla, nuncio del Papa en España, inauguró la casa madre y el noviciado. Estuvieron presentes veintiocho superioras que representaban a casi trescientas religiosas. Se aprovechó esa circunstancia para celebrar un capítulo general extraordinario, quedando madre Soledad como superiora general. A finales de septiembre de 1887 madre Soledad cayó enferma. Al acercarse la muerte, le pidieron su bendición. Una hermana le sostuvo la mano mientras decía: Hijas, que tengáis paz y unión. Murió el 11 de octubre. El papa Pío XII la beatificó el 5 de febrero de 1950 y fue canonizada por el papa Pablo VI el 25 de enero de 1970.
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