Entre Tú y yo, Señor.
¡Qué dulce es poder decirte: Padre!
¡Qué palabra más total!
para aquel que ayuda necesita;
para el que consuelo pide;
para el que reclama valor ante la vida;
para aquel que pide Amor con gritos silenciosos.
Todo lo tienes Tú, Señor,
y todo nos lo das, sin restricciones.
Sólo hay que llamarte suavemente,
sin ritos ni ceremonias,
simplemente haciendo uso de un derecho,
el santo derecho de decirte ¡Padre!
y ahí estás Tú, solícito y atento.
Somos tus niños y es Tu regazo
nuestro hogar seguro, nuestro albergue tibio,
lleno de cordial felicidad,
donde con infantil confianza
aún osamos pedirte, muy bajito
¡apriétame duro contra Ti, Dios!
¡Padre - Madre mío! Sí...! Mío!