El primer paso que el estudiante diligente tiene que dar
es establecerse en un método definitivo de trabajo,
seleccionando el que más apropiado le parezca,
y dedicándole seguidamente un esfuerzo equitativo.
El meramente leer libros, hacer buenas resoluciones
o hablar razonablemente acerca del tema, no te
llevará a ninguna parte.
Consíguete un método definitivo de trabajo,
practicalo concienzudamente a diario;
y permanece con ese método el tiempo
suficiente para darle una oportunidad justa.
No deberías esperar tocar el violín con dos o
tres intentos, o manejar un automóvil sin algo
de práctica previa.
Ponte a trabajar sobre algún problema concentro
en tu propia vida, escogiendo preferiblemente lo
que te esté causando el mayor grado de perturbación
en el momento o, mejor aún, aquello a lo que más
miedo le tengas. Trabaja en ello con constancia;
y si nada ha pasado, si no se ha manifestado
ninguna mejoría en lo externo, digamos, en un
lapso de dos semanas, entonces trátalo sobre
otro problema. Si todavía no obtienes resultados,
entonces descarta ese método y adopta otro.
Recuerda, ¡claro que hay una salida!; esto es tan
cierto como que el sol sale por la mañana.
El problema no radica en deshacerse de tu dificultad
sino en encontrar el mejor método para que lo hagas.
“…Todo cuando pidiereis al Padre en mi nombre,
os lo dará.” (Juan 16:23).