Lentamente, porque así las mataste, en mis labios murieron las ansias de besarte. Luego, perdieron sus alas las caricias, al no tener piel donde posarse y, lánguidamente, como rosas sin tallo, a los pies de un impío sol abandonadas, se fueron marchitando en mis manos.
Dormidas se quedaron las risas que para ti despertaban en mi boca y, el fulgor iluso que antaño pintabas en mis ojos, como un astro efímero, se fue deslustrando.
Porque tú la mataste, en mí, acabó muriendo la cegada confianza que enarbolé cual bandera durante todas las auroras que te creí a mi lado. El desencanto me arrancó, de un tirón, el bruno velo de ese sueño; y con templanza asimilé, que todo aquel idilio fue una gran mentira.
Porque tú la mataste, murió aquella complicidad que ante mí te agrandaba y, que tantas aflicciones atemperó en su día. Y, la ternura, que de la fontana de mi pecho hacia ti fluía, acabó por agostarse.
Y un día, no sin asombro descubrí, que sobre la hoguera donde creí perenne el deseo, una fina y tenaz nevada se abatía y, con parsimonia, terminó apagando la exaltada pasión que por ti sentía y que mi corazón, en su candor, creyó sempiterna..
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© Trini Reina