Para que la mirase, se vistió de luna y,
en la noche más despejada, se colgó del cielo.
Pero él, rendido de indiferencia, se quedó dormido.
Y se agotó la madrugada, y se apagó la luna...
Para que la oyese, se hizo guitarra y,
al son del amor que abrigaba, libertó
sus cuerdas. Mas él, inertes los sentidos,
no percibió el embrujo de aquella sinfonía,
ni se conmovió ante la espiritualidad de sus
clamores.
Se alió con los jazmines, cabrioleó entré
claveles, se impregnó el cabello de azahares
y bailó, cual gitana poseída, en sus alrededores
para que la fragancia a mujer enamorada lo
alcanzara. Mas él continuó su camino sin
reparar en aquel jardín que se le prometía.
Y ambicionó ser agua, manar desde una
fuente infinita hasta su boca, hidratar de ternura
sus labios. O, como lluvia, derivarse de las nubes y
humedecer sus desolaciones y principiar, en alma
yerma, el florecer de la alegría.
Y en tal locura, juró pleitesía al viento,
implorándole que hasta él la allegara e,
invisible, reposar las manos, heridas de
soledad, en aquél rostro que tanto amaba.
Ser tenue caricia o fuego para su gozo. Mas él,
escarcha en la sangre, témpano por corazón,
nunca comprendió nada.
Y se agotó la madrugada y se apagó la luna.
Y una gran pasión yace, dispersadas cenizas,
en un mar de estrellas...
® Trini Reina
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