Las adicciones
Pocos síntomas neuróticos son psicodinámicamente tan simples y, a la vez, tan tenaces y socialmente mal comprendidos como las adicciones. No importa cuál sea el objeto adictivo (alcohol, tabaco, heroína, marihuana, cocaína, pastillas, máquinas y juegos de azar, internet, trabajo, sexo), siempre hay algo en la conducta del adicto -esa falta de voluntad, esa "esclavitud" de un objeto externo, esos problemas individuales y familiares que acarrea, etc.- que repugna moralmente a la sociedad. Y, más que a nadie, al propio adicto. Se le considera "vicioso", "enfermo", "inútil", "degenerado", "peligro social"... La cruel sociedad no ahorra ningún desprecio al adicto. Pero, ¿se le entiende en realidad? ¿Qué es un adicto?
La mejor manera de saberlo sería preguntárselo directamente: "¿por qué te enganchas a X?" Muy pronto descubriríamos que lo hace para aliviar o escapar de algún insoportable sentimiento, consciente o inconsciente, de incapacidad, vacío, fracaso, soledad, tristeza, confusión, miedo, autodesprecio o, por supuesto, culpa. La culpa por buscar en la adicción un bálsamo que la sociedad le prohíbe ferozmente: "¡nosotros también sufrimos pero resistimos sin adicciones; haz tú lo mismo!", le increpa con desdén, a veces no sin envidia. Por eso el adicto se aferra aún más a su adicción... y ya tenemos el círculo vicioso. La cronificación. Pues la adicción, como la mayoría de síntomas neuróticos, no sólo es un producto individual, sino también el resultado de algún tipo de maltrato social.
El adicto a X no lo es porque no tenga "voluntad" -allí donde otros sí creen tenerla-, ni, menos aún, porque sea "víctima" indefensa de un objeto intrínsecamente "maligno" y "adictivo", p.ej., una droga. El adicto se aferra a su muleta, generalmente, porque su carácter es demasiado débil e inmaduro, demasiado incapaz de soportar la carga de la vida, debido en última instancia a las graves carencias emocionales, antiguas o actuales, que sufre y que anulan su energía e incluso le inducen a la autodestrucción. Ningún ser vivo maltratado puede crecer. El adicto suele ser un niño lleno de miedo, rabia y autodesprecio, y lo es tanto más cuanto más se ceba la sociedad en él ("¡es que no tienes fuerza de voluntad, es que no tienes carácter, es que no dejas tu vicio ni por amor a tus padres, tu mujer o tus hijos, es que te echaremos de casa, es que eres un egoísta, es que te pondrás enfermo, es que eres un fracasado, es que matarás a tu familia a disgustos...!"). Etcétera.
Pero la adicción no es el único síntoma que suele sufrir el adicto. De hecho, la adicción forma parte de una constelación de síntomas -depresión, baja autoestima, inestabilidad emocional, ansiedades, inadaptación social, sintomas psicóticos, etc.-, cuya causa común es, ya lo hemos dicho, la personalidad carencialdel sujeto. Por eso, si queremos solucionar cualquier adicción, la clave no es tanto obsesionarnos en combatirla por cualquier medio -esfuerzo, por lo demás, casi siempre vano-, sino ayudar a nutrir y madurar la personalidad subyacente. Sólo entonces el síntoma adictivo, y muchos otros asociados, tenderán a desaparecer por sí mismos. Todas las terapias y actitudes sociales y familiares que no comprendan este hecho, sólo perpetuarán la desesperación neurótica de la persona y, en consecuencia, su adicción o, como mucho, la fragilidad o inestabilidad de sus mejorías.
Por otro lado, ¿por qué tanto afán antiadictivo? Si somos realistas y compasivos con los seres humanos, debemos admitir que éstos siempre han necesitado depender de algo. Las vidas de millones de personas serían, de hecho, insoportables sin alguna clase de muleta. Las hay para todos los gustos: desde la ayahuasca y el alcohol hasta la lotería y el consumismo. ¿Por qué unas adicciones son bendecidas socialmente y otras son condenadas? ¿Cuáles son los criterios, las líneas divisorias, las arbitrariedades, las modas, los intereses político-económicos que favorecen unas u otras?
Las adicciones no son vicios ni enfermedades, sino defensas contra formas de vida insoportables. Lo esencial no es, pues, "luchar" ciegamente contra ellas desde un puritanismo a veces cruel, sino comprender, respetar y ayudar a mejorar en lo posible la vida de las personas.
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