La deficiencia auditiva en el anciano es muy frecuente en las sociedades altamente industrializadas, donde la edad y el ruido intenso favorecen la aparición de dicho deterioro. Se estima que un 30% de la población geriátrica presenta trastornos de la audición, lo que supone, por su frecuencia, la tercera afección crónica después de los trastornos de las articulaciones y del corazón y los vasos sanguíneos.
Existen algunos factores intrínsecos que hacen que los déficits sensoriales del anciano no tengan la relevancia adecuada:
En las primeras fases no existe disminución en las capacidades del anciano.
Se considera algo natural, tanto para el anciano como para su familia.
No existen programas de detección de estas discapacidades en la atención primaria de salud.
Consideramos la presbiacusia como la disminución de la capacidad auditiva ligada al envejecimiento. Este deterioro progresivo se asocia, a menudo, a un déficit de los diferentes sistemas de integración cerebral, lo que provocará un déficit “psicosensorial” global. No debe considerarse una enfermedad senil, sino la expresión de la situación normal o fisiológica del aparato auditivo en la edad avanzada, que suele comenzar alrededor de los 60 años.
Las implicaciones que la deficiencia auditiva ocasiona van a modificar la vida en familia y en sociedad de estos ancianos, que tendrán que hacer frente a una serie de problemas psicológicos que son consecuencia de su edad:
Indiferencia progresiva hacia el mundo exterior
Interpretación lenta de los sonidos del lenguaje.
El anciano sólo oye lo que quiere oír y tiende a participar cuando la conversación es lenta o cuando el tema le es muy conocido. Las repeticiones se hacen necesarias en la conversación, y también el aumento de volumen, intensidad y tono de instrumentos y sonidos. Todo ello conducirá progresivamente a un deterioro en la comunicación, provocando aislamiento social y una mayor tendencia a la depresión
Se ha considerado que los pacientes con deficiencia auditiva tienen un carácter especial y típico. Se vuelven recelosos, desconfiados, no reconocen su deficiencia y piensan que el problema se asienta en las personas de su alrededor. La sordera, aunque no supone en sí misma una amenaza para la vida, sí altera el mundo relacional de estos ancianos.
Los trastornos auditivos pueden mejorarse a través de un diagnóstico y un tratamiento correcto, ayudando al anciano y a sus familiares en la comprensión del problema y poniendo todos los medios a nuestro alcance para que la calidad de vida de estos pacientes mejore.
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