APRENDE A OBSERVAR - CAMINO DE LA TERCERAEDAD

- Oye ¿qué haces ahí?

- ¿Es a mí? -dijo, mientras retrocedía con unos graciosos saltitos.

- ¿A quién va a ser si no? Pero no te asustes. Sólo te lo preguntaba porque me extraña verte tanto tiempo quieto en la ventana, sin volar.

- ¡Ah, es por eso! Pues, sencillamente, observo.

- ¿Observas? ¿Observas qué?

- Observo todo.

- ¿Todo? ¿Qué quieres decir?

- Observo a la gente: Sus gestos, sus miradas, sus conversaciones, sus prisas, sus maneras... Contemplo las flores, los árboles... Escucho el murmullo del viento...

- ¿Y qué? ¿Qué consigues con eso?

- Aprender. Aprender mucho.

- ¿Aprender qué?

- Aprendo a comprender.

- Pero bueno, ¿a comprender qué? ¡No entiendo nada!

- Es natural. No entiendes porque no observas.

- Ya... Entonces, ¿me enseñas a observar?

- ¿Cuándo?

- Ahora. Ya he terminado mis deberes.

- Lo siento. Yo no puedo ahora.

- ¿Que no puedes ahora? ¿Por qué? ¿Qué tienes que hacer ahora?

- Descansar. Debo descansar. El descanso es imprescindible si quieres observar bien. De lo contrario, tus ojos estarán cansados y tu mente confusa. Todos debemos descansar lo suficiente para poder observar... y así entender... aprender... comprender...

- ¡Vale, vale! Entonces quedamos para mañana, cuando salga del cole. ¿Dónde?

- Aquí, en esta misma ventana. Te estaré esperando.

...

- ¡Hola! Ya estoy aquí. He venido corriendo desde el colegio. ¡Uf, qué carrera!

- Bien. Ahora sosiégate y observa. Para observar hay que estar tranquilo.

...

- ¡Oye! Llevo un montón de tiempo observando y no he aprendido nada.

- ¿Qué has observado?

- Nada de particular. Lo de siempre. Gente con prisa que viene y que va. Hombres con aspecto cansado y cara de mal humor. Oí un coche que daba un frenazo y vi a su conductor gritando furioso. También oí a unas señoras que conversaban debajo de mi ventana y criticaban a las que decían que eran sus amigas... También he visto los árboles de la calle y las flores de los jardines y ventanas...
- ¿Algo más?

- ¡Oh, sí! También he visto a dos chicas que se han encontrado en la calle. Una iba sonriente y parecía muy feliz. La otra venía triste. La primera le preguntó a la segunda qué le pasaba. Conversaron un rato. Luego caminaron juntas y se detuvieron a contemplar las flores del jardín. Miraron los árboles y escucharon los pájaros. Después se separaron y continuaron cada una su camino. Pero ahora, ambas iban sonrientes...

- ¡Y decías que no habías observado nada!

- ¿Y tú? ¿Qué has observado?

- Lo mismo que tú, pero con más profundidad. He visto, como tú, gentes con prisa que vienen y van, sin tiempo para contemplar las flores... los árboles... el cielo... la sonrisa de un niño... Gentes que no tienen tiempo para preguntar al hermano por qué está triste... Pero también he visto personas muy ocupadas que caminaban sonrientes y escuchaban el viento... El murmullo de las hojas de los árboles... Gozaban con el canto de los pájaros... y tenían el corazón abierto para ayudar a los demás...

- ¡Yo también quiero aprender a escuchar al viento y a los pájaros! Por favor, enséñame.

- Lo siento. Esa hermosa tarea debes descubrirla tú. Si te lo propones, hallarás las más bellas melodías en el susurro del río y del mar, en el sonido de la lluvia, en la caída del agua del manantial.

La más maravillosa belleza la encontrarás en el amanecer de cada día y la más perfecta armonía, en el bosque y las montañas. El merecido reposo de las fatigas de cada jornada lo hallarás en el sereno cielo del atardecer... ¡No busques la felicidad donde no se puede encontrar! Éste es un error muy común entre los hombres.

- Entonces, pajarillo, dime tú, ¿dónde está la felicidad?

- La felicidad está dentro de cada uno. Para hallarla hay que aprender a observar... para así comprender... y amar... Así descubriremos la auténtica felicidad.

- ¡Ah! Creo que empiezo a entender...

Adela de la Fuente

(DE MI CORREO)

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