JESÚS TE AMA DEMASIADO
Solía llevar la comunión a una prima que estaba muy enferma de cáncer. Como apenas podía tragar, le daba pedacitos de la Hostia Santa. Y rezábamos y nos maravillamos por este gran Don: la presencia de Jesús.
Una tarde fui con Jesús a verla. Ya no podía tragar. La enfermedad había avanzado. Le inyectaban morfina para los dolores terribles. Pero llegaba Jesús y parecía que se transformaba. Ese día preparé una mesita y en ella coloqué el porta viáticos en que llevaba a Jesús Sacramentado. Hicimos un rato de Adoración. Me acordé entonces de la historia que me contó un amigo que es sacerdote. Vive en México. Su familia es hebrea. Él se convirtió al catolicismo con los años. Me cuenta que una vez estaba con un obispo y entraron a una capilla. Tenían expuesto al Santísimo Sacramento y el obispo se arrodilló con devoción y en silenció estuvo rezando. Mi amigo, extrañado, no sabía aún lo que ocurría y le preguntó al obispo: -¿Por qué te arrodillas? El obispo señaló hacia el altar, donde estaba la custodia con el santísimo expuesto. -Esa Hostia que ves allá, es Jesús. Él te ve y Él te oye.
Me acerqué a mi prima, que apenas podía mover los ojos por la debilidad. Abrí el porta viáticos para exponer la Hostia Santa. -Este es Jesús –le dije -. Él te ve y Él te oye. De pronto ella empezó a levantar la cabeza y el cuerpo. Con una dificultad que no imaginas. Nada parecía detenerla. Quería ver a Jesús.
Con el cuerpo un poco levantado se quedó viendo la Hostia blanca, con el asombro de una niña que ve por primera vez algo maravilloso.
Y luego se dejó caer en la cama, agotada.
Cerré el porta viáticos y se lo entregué.
-Jesús te quiere abrazar –le dije -.Abrázalo también.
Tomó el porta viáticos cerrado entre sus manos gastadas y lo apretó con fuerza contra su pecho. Cerró los ojos e inclinó la cabeza.
Fue un momento impactante, de silencio y oración profunda, nacida del alma misma; que nos impresionó a todos, los que estuvimos presentes en ese cuarto.
Pasaron los minutos. Ella se aferraba al abrazo amoroso de Jesús. Una de sus hijas se acercó y le dijo: -Mamá, mamá... Y con suavidad le retiró el porta viáticos y me lo entregó.
Pregunté si alguien en esa habitación estaba preparado para comulgar. La hija me indicó: -Yo puedo, y quisiera comulgar.
Le di la comunión y ella emocionada abrazó a su madre enferma.
-Acabas de recibir la santa comunión –le dije -. En este momento eres un Sagrario vivo. Al abrazar a tu madre, Jesús también la está abrazando.
Ese día me retiré de aquella casa conmovido y feliz. Al entrar al auto me detuve unos instantes para orar y terminé reconociendo: ¡Qué bueno eres Jesús!
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