EL CORDERO DE DIOS

Como consecuencia de la transmisión del conocimiento del bien y del mal a la descendencia de Adán y Eva, hubo por tanto un hijo malo llamado Caín, trabajador afanado para la adquisición de los productos de la tierra, y un hijo bueno de nombre Abel, pastor de ovejas y de intachable comportamiento ante las ojos de Dios. Pero un día aconteció que el malo mató al bueno, porque se indignó al mirar que sus ofrendas no eran gratas a Dios (Gn. 4.1-8); y desde entonces se tiene memoria de que semejante a lo hecho por satanás de provocarle la muerte a su hermano disímil Adán, es el primer cordero sacrificado por el horrible pecado que contra él hizo su hermano “Caín”. 

Tiempo más tarde al mirar Dios que Abraham le obedeció al no negarle a su hijo Isaac cuando le dijo que se lo sacrificara sobre un altar, lo proveyó de carnero y le juró que en su simiente serían benditos todos los linajes de la tierra (Gn. 22.1-18).

Décadas de ocurrir esos acontecimientos pasaron, para que antes de la liberación de los hijos de Israel de Egipto, se sacrificara un cordero, y a ellos y a las generaciones futuras, les quedara como fiesta solemne y memorable de sacrificar un cordero en el día de la pascua, para recordar por  su sacrificio y la señal de su sangre, que Dios los libró de la plaga de muerte, cuando para herir a los egipcios pasó por encima de sus casas (Ex. 12.1-27).

Llegándose ahora a un tiempo futuro, cuando se encontraba Israel bajo el dominio del imperio romano, que en cierto lugar del Río Jordán, un hombre vestido de pelo de camello y llamado Juan Bautista, dijo al ver a Jesús de Nazaret: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn. 1.29).”

Juan Bautista, quien estaba predestinado para preparar el camino al señor y ser la voz que clamara en el desierto, no estuvo equivocado al decir tales palabras, pues: “a) La muerte de Abel causada por su hermano Caín; b) El carnero que Dios proveyó al patriarca Abraham en lugar de su hijo Isaac; y c) El cordero que hizo morir antes de la salida de los hijos de Israel de Egipto”, ya habían prefigurado el sacrificio del Cordero de Dios, a fin de que en el día de la pascua él fuera crucificado para concertar un nuevo pacto, liberar a su pueblo del pecado y darle la futura salvación de la muerte segunda en el lago que arde con fuego y azufre.

Finalmente mediante el Apóstol Juan, a todos se nos dejó revelado, que además de ser el Cordero digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza, es el único digno de tomar el libro y desatar los siete sellos (Ap. 5.6-12).