LA UNIDAD DEL ESPÍRITU:
El
Aposto Pablo llamó a los Efesios, a la vocación de la Unidad del
Espíritu; y acerca de esta
les ruega, a que con toda humildad y mansedumbre se soporten con paciencia los
unos a los otros en amor (Ef. 4:1-2; y Cl. 3:14); y por ella los insta, a que
sean solícitos en guardarla en el vínculo de la paz, a la que fueron llamados en
una misma esperanza de esa vocación. Unidad que consiste en una fe y un
bautismo, y en un cuerpo y un Espíritu, que es un Señor con un Elohei morando
en él, es decir: “Un Hijo que es el cuerpo humano y Un Elohei en él habitando, que es el
Padre de todos, sobre todos y en todos y por todos” (Ef. 4:3-6).
Unidad en mención sobre la que el Apóstol Pablo afirma, que a cada uno
de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo (Ef. 4:7;
Ro. 12:3-8). Por esto es que sostiene: “subiendo a lo alto, llevó cautiva la
cautividad, y dio dones a los hombres” (Ef. 4:8; y Salm. 68:18); y en este
discurrimiento inspirado por el Espíritu Divino, Pablo continúa diciendo a los Efesios, que
quien descendió también bajó a las partes más baja de la tierra, y es el mismo
que subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo (Prv. 30:4; y Jn.
3:13). Y el mismo
constituyó a unos en Apóstoles; a otros en profetas; a otros en evangelistas; a
otros en pastores y maestros, para perfeccionar a los santos en función de la
obra del ministerio, con el fin de la edificación de su Cuerpo (Ef. 4:9-12; 1
Co. 12:28; y Ro. 12:6,8). Además de todo lo antes comentado por el Apóstol
Pablo, Cristo con mucha antelación habló de una perfecta unidad, que es la misma Unidad del
Espíritu; por cuanto
respecto a él y al Padre aduce que son uno, porque el Padre está en él. Y para
que así, él también estando en sus discípulos, estos sean perfectos en unidad
(Jn. 17:22). Así pues que de lo escrito por Pablo y de lo que Cristo dijo en
términos semejantes, hay una referencia de un cuerpo y de un Espíritu, que en
pocas palabras: “el cuerpo humano (Hijo) y el Espíritu (Padre) que son uno”, como
del mismo modo esto es con los escogidos. Esta gran verdad se resume en el
Espíritu Divino que está en su cuerpo humano “El Cristo”, y este en nosotros
mediante los dones espirituales, que cuando subió a las alturas, los dio para
la perfección de los santos y la obra de su ministerio, con el propósito de la
edificación de su cuerpo, que se traduce: “un Cuerpo Santo con su Espíritu Divino, en el
que todo sus escogidos somos miembros, hasta que de esta unidad de la fe y del conocimiento
de Cristo, lleguemos a la perfección, a la medida de la estatura de su
plenitud” (Ef. 4:4,12-13); y esto es, para queya no seamos niños
fluctuantes llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema
de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino
que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza,
que es Cristo, de quien todo el cuerpo bien concertado y unido entre
sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia
de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor (Ef.
4:13-16).
En relación a
ello, no solo Saulo (Pablo) habla del que descendió y subió a los cielos, sino
que mucho antes Cristo a Nicodemo también dijo: “Nadie subió al
cielo, sino el que descendió; el Hijo del Hombre que está en el cielo” (Jn.
3:13); y esto se
concatena con lo que Agur hijo de Jaqué, en su anunciado profético hecho a İtiel
y a Ucal, les pregunta entre otras cosas: “¿Quien subió al cielo y descendió?, y ¿Cuál es
su Nombre y el Nombre de su Hijo si saben?” (Prov. 30:4). En efecto, es el mismo
Padre Creador que con un nombre sobre todo nombre se hizo hombre en la
forma de Hijo; para que a este haciéndolo morir sobre el madero, salvar de
entre la humanidad a muchos. El cual también en Espíritu fue y descendió a las
partes más baja de la tierra, a llevarle el evangelio a los espíritus que
fueron encarcelados en los tiempos de Noé; y cuyo Padre que después de levantar
a su cuerpo humano de entre los muertos, subió a los cielos y dio dones a los
hombres, para que de este modo estando en nosotros, seamos perfectos en unidad.
Unidad esta que es la del Espíritu, a los fines de la perfección de los santos,
la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo, en el que todos
somos miembros. Por lo tanto se reitera, que en la unidad del Espíritu con su
cuerpo humano “el Cristo”, tenemos dones espirituales que Saulo (Pablo) dice a
los Efesios, que son: “Apóstoles; profetas; evangelistas; pastores y maestros”.
Finalmente, todo ello es hasta que de la unidad de la fe y del conocimiento de Cristo, lleguemos a la perfección a la medida de
la estatura de su plenitud; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados
por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para
engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la
verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es Cristo
(Ef. 4:13-15).